Leena tampoco pudo descansar. Movió la nariz, apoyó la barbilla en las manos y miró mil veces su teléfono durante la larga noche, pero éste yacía en silencio y quieto sobre la mesa frente a ella, muerto como un ladrillo.
Ya era la una de la madrugada y se preguntaba si aún así volvería a casa. ¿Qué se suponía que debía hacer con toda la comida que le había preparado si él no lo hacía? Ella pensó que tal vez había surgido algo inesperado y que no podía dejarlo sin hacer. Pero incluso si eso fuera cierto, al menos podría haberla llamado y decirle que llegaría tarde, en lugar de hacerla esperar toda la noche. Aunque Leena no estaba realmente enamorada de Kevin, él era, después de todo, su esposo, e incluso si solo fueran amigos, todavía se preocuparía por él cuando él no regresara a casa en medio de la noche.
Leena suspiró y tomó su teléfono. —Bien—, pensó, —si no llamas, lo haré yo—. No me culpes si te interrumpo en algo importante, porque ya te di la oportunidad de llamar.'
Kevin estab