La luna llena brillaba con intensidad, lanzando su luz plateada a través de los ventanales abiertos de la suite nupcial. La habitación estaba decorada con pétalos de rosas blancas, velas parpadeantes y una suave fragancia floral que llenaba el aire. Sofía estaba de pie junto al ventanal, descalza, con su vestido de novia aún puesto, pero el velo descansaba sobre una silla cercana. La brisa nocturna jugaba con un mechón rebelde de su cabello, y ella lo apartó con delicadeza, perdiéndose en la vista del cielo estrellado.
James la observaba desde la puerta. Había algo en su silueta iluminada por la luna que lo dejaba sin aliento. Su esposa. Finalmente, después de todo lo que habían pasado, ella era su esposa. La mujer que había cambiado su mundo entero estaba ahí, tan cerca, y aun así, cada vez que la miraba, parecía un milagro imposible.
Sin hacer ruido, se acercó a ella. Sus pasos eran firmes, pero cargados de una suavidad que solo él podía expresar. Cuando estuvo lo suficientement