El inicio de una historia: segunda parte.

El Imperio era un testimonio magnífico de la inquebrantable perseverancia humana en todo su esplendor. Durante décadas, generación tras generación, sus habitantes habían luchado incansablemente contra un amplio abanico de amenazas que amenazaban la armonía de sus vidas. Las calles de la capital eran una exhibición de orden y pulcritud, revelando la dedicación inquebrantable de sus ciudadanos para mantener la belleza y la limpieza en cada rincón de su amada ciudad y en el epicentro de esta majestuosa urbe se erguía el colosal palacio de la familia imperial, un monumento a la grandeza y el poder.

Sin embargo, esta relativa paz y prosperidad que disfrutaban los habitantes del Imperio no era un regalo del destino, sino el fruto del incansable trabajo del emperador, un líder visionario cuya sabiduría y determinación habían guiado al Imperio por tiempos turbulentos hacia la estabilidad y la prosperidad. A su lado, como la espada incuestionable del Imperio, se alzaba el duque Virtus, un hombre cuyo coraje y lealtad no tenían comparación. Era él quien defendía los intereses del Imperio con destreza y valentía, forjando un legado de honor y deber que sería recordado a lo largo de las generaciones venideras. Juntos, el emperador y el duque Virtus encarnaban la fuerza y la determinación que habían convertido al Imperio en un faro de esperanza en un mundo lleno de desafíos.

El actual poseedor de tan ilustre título es Constantino, un individuo de inmenso poder y privilegio, cuyo nombre resuena en todos los confines del Imperio. Sin embargo, su grandeza no se limita solo a su posición; Constantino es un hombre bendecido en múltiples aspectos, y su linaje es una maravilla por sí mismo.

Desde las épocas más remotas, los descendientes de la casa Virtus han heredado una característica distintiva: una cabellera de un deslumbrante tono plateado, como si la mismísima luna hubiera acariciado sus cabezas desde su nacimiento. Pero la belleza es una virtud que también fluye en las venas de esta noble estirpe. Constantino Virtus es un magnífico exponente de los excepcionales genes que corren por las venas de esta ilustre familia. Con una estatura que se eleva majestuosamente a 1.90 metros, su cuerpo es una escultura de músculos forjada en los campos de batalla, una testaruda manifestación de su fuerza y valor.

Sorprendentemente, a sus 49 años, su apariencia no parece haber envejecido más allá de sus primeras décadas. Su rostro cautiva con unos ojos hipnóticos, como dos crisoles de oro fundido que parecen contener secretos ancestrales. Su piel es como la porcelana más fina, de un blanco pálido e impecable, sin la menor imperfección que oscurezca su belleza. Constantino Virtus es un ser extraordinario, una viva representación de la gracia y la perfección que ha caracterizado a su linaje a lo largo de los siglos.

Sin lugar a dudas, Constantino era el arquetipo del hombre que ocupaba el espacio en los sueños de damas de todas las edades. Admirado por su inquebrantable poder y sus convicciones, era un faro de luz en medio de un mundo tumultuoso, un hombre al que sus pares y compañeros de batalla reverenciaban. A lo largo y ancho del vasto Imperio, su nombre resonaba como el epítome de la excelencia, un ejemplo al que muchos ansiaban seguir.

Pero más allá de sus logros y virtudes públicas, era bien sabido que el gran duque Virtus era también un padre ejemplar. En el santuario de su hogar, se desplegaba un lado de él que pocos tenían el privilegio de conocer. Su amor por su hija era una pasión que trascendía cualquier descripción, una devoción profunda que se manifestaba en cada gesto, en cada palabra. Constantino no solo la cuidaba con celo, sino que la mimaba y la atesoraba, como si ella fuera el más valioso de todos los tesoros imperiales. La relación entre padre e hija era una historia de cariño y complicidad, un lazo indisoluble forjado en el amor y la confianza mutua.

A los 18 años, Valeria Virtus se ha convertido en una hermosa joven, de cabellos largos que caen como una cascada, semejando a una muñeca de porcelana cobijada por la gracia. Su personalidad es un equilibrio encantador de amabilidad y firmeza, demostrando una suavidad innata pero también la determinación necesaria cuando la situación lo requiere. Sin lugar a dudas, es propietaria de un corazón generoso, siempre dispuesto a extender la mano a quienes lo necesitan.

A pesar de su innegable belleza y amabilidad, Valeria también es conocida por su actitud decidida y su capacidad para imponerse en situaciones que demandan autoridad. En el mundo de la alta sociedad, donde las apariencias a menudo prevalecen, su determinación y su espíritu inquebrantable son altamente respetados.

Ella era y es la  ensoñación de muchos jóvenes que desearían conquistar su corazón, pocos han dado el paso debido al temor y el profundo respeto que sienten por su padre, el gran duque. La sombra de poder y la influencia de la familia Virtus es imponente, y el futuro esposo de Valeria no solo debe ser un hombre excepcional en todos los sentidos, sino también contar con la aprobación del gran duque, lo que agrega un nivel adicional de desafío para aquellos que aspiran a ganarse el corazón de esta heredera de una ilustre estirpe.

No era un suceso inusual que los dos miembros destacados de la influyente familia Virtus lograran su ingreso al imponente Palacio Imperial. La razón de esta frecuente visita era de dominio público, el vínculo cercano que compartían el emperador actual y el duque era tan sólido como los lazos de sangre.

Mientras tanto, en el esplendoroso recinto del palacio, Valeria, la joven heredera de los Virtus, se encontraba inmersa en una lujosa fiesta de té, organizada con esmero por una de las princesas de la corte. En un rincón del palacio, en una estancia reservada a los asuntos de estado, el duque Virtus y el emperador sostenían su enésima conversación privada. Aquel espacio se encontraba impregnado de la seriedad y la solemnidad que siempre acompañaban sus pláticas, reafirmando la profundidad de su amistad de toda la vida.

– Constantino... – murmuró el emperador, pronunciando con respeto el nombre.

El emperador, Magnus, se encontraba en su majestuoso jardín, un refugio de flores exóticas y árboles centenarios. La brisa suave mecía las hojas, pero sus ojos se posaban en el tic incómodo que sacudía su párpado derecho. El cansancio se manifestaba en su expresión, resultado de las innumerables veces que había abordado el mismo asunto con el hombre sentado frente a él. Sin embargo, su amigo, el duque, era conocido por su obstinación, una característica que hacía que Magnus insistiera en los puntos que le importaban profundamente.

El duque, con un gesto elegante, llevó la copa de vino a sus labios y bebió con parsimonia, como si disfrutara de un sorbo exquisito de conocimiento – ¿Sí, su majestad? – Pregunto con calma, sus ojos chispeando con una inteligencia afilada.

El duque, con una sonrisa enigmática, apoyó su codo en el brazo de la silla y miró a Magnus con una mirada profunda – Si es el mismo tema de siempre,  Magnus. Ya conoces mi respuesta. No puedo ceder en este asunto, ni por la belleza de tu jardín ni por tu insistencia.

Magnus Fortis, el emperador de un vasto imperio, se alzaba como el epítome del poder en la raza humana. Era el descendiente del héroe que había guiado a la humanidad a la supervivencia en tiempos difíciles. Su figura, aunque no ostentaba una musculatura imponente, irradiaba elegancia y una presencia innegable. Su cabello, que caía en doradas ondas, parecía tejido con hilos de oro, y sus ojos verdes destellaban como las profundidades de un bosque misterioso. Su apariencia, sin duda, rivalizaba con la del duque Virtus en términos de belleza y distinción.

El emperador Magnus, erguido en su silla  suspiraba irritado y sus ojos verdes como la esperanza buscaban comprensión en el duque Virtus, quien se erguía con la misma majestuosidad, su figura recortándose contra el telón de naturaleza que rodeaba a ambos.

El duque, en su esplendor, sostenía una copa de vino entre dedos.

Magnus, con otro suspiro, no podía evitar sentir la fatiga de abordar el tema recurrente. "No juegues conmigo, sabes perfectamente de qué quiero hablar", dijo con una mezcla de súplica y determinación en su voz.

A pesar del tono irritado que matizaba las palabras del emperador, su confianza en la relación que compartían era evidente mientras dirigía su mirada a Constantino.

– Por favor, te lo ruego, Constantino. No puedes ser tan obstinado – declaró el emperador, su voz resonando en el salón con una autoridad que solo un amigo íntimo podría emplear. – Estas a poco de cumplir los cincuenta años, y aún no ha designado a un heredero digno que pueda asumir tus funciones.

La respuesta de Constantino fue serena, como un lago en calma que refleja el cielo – Tengo una hija – respondió con tranquilidad. – Ella está destinada a heredar el ducado, y cualquier futuro nieto que llegue a este mundo asumirá mis responsabilidades. Mientras tanto, considera que aún poseo la juventud y la fortaleza necesaria para liderar en el campo de batalla – agregó, la confianza en su voz mostrando su determinación.

– Y ese es el problema, Magnus. ¿No has considerado que algo podría pasarte? – le preguntó, su voz llevando un matiz de preocupación genuina. Sus ojos reflejaban la preocupación por su amigo.

Constantino, conocido por su resolución y aplomo, respondió con firmeza, su voz resonando en la habitación con una seguridad que solo él poseía – Estás siendo demasiado meticuloso, Magnus. Tú me conoces, no me aventuraría al campo de batalla antes de asegurarme de que haya un sucesor adecuado. Lo sabes, ¿verdad? Todos mis ancestros, sin excepción, designaron a un heredero para continuar su deber.

El emperador, sin embargo, no podía ocultar su preocupación – Ese es el problema –  murmuró, su voz llevando un dejo de desesperación –Tú no tienes un hijo. ¿Por qué no podrías ser un poco más proactivo en esa cuestión?

El Duque Constantino, con una mirada que denotaba determinación, expresó su postura con una voz firme – No tengo interés en el matrimonio, y tú lo sabes – argumentó con serenidad, su expresión imperturbable.

El emperador, Magnus, respondió con una nota de exasperación en su voz – El problema, Constantino, es que eres demasiado inflexible – dijo con un suspiro cargado de preocupación. – Si no deseas casarte, considera, al menos, la posibilidad de encontrar una mujer adecuada y asegurarte de tener un hijo varón. No es necesario que la eleves al rango de duquesa si no lo deseas, pero debes comprender que esto va más allá de tus deseos personales; es un asunto que afecta a todo el imperio.

El emperador, con la mirada fija en su viejo amigo, exhaló profundamente, consciente de la gravedad de la situación.

El duque, con una mirada de profunda convicción, se dirigió a su amigo con seriedad – Eso es impensable para mí – declaró, sus ojos fijos en los del emperador.

Era evidente que el enfoque de la familia real sobre la sucesión era considerablemente más liberal que el de su propia dinastía. A pesar de ser conocido que el emperador tenía tres concubinas además de la emperatriz, y que estas mujeres habían dado a luz a hijos que competirían por el trono, el Duque Constantino estaba claro en que esas situaciones no encajaban con los principios y las creencias arraigadas en su familia.

Habían transcurrido muchos años de debates incesantes con su terco amigo, y hasta ahora, la respuesta había sido invariable. Pero ahora contaba con una carta bajo la manga y tal vez esta sería su última oportunidad para hacer que su amigo cambie de opinión.

– Constantino – comenzó con una cautela palpable en su voz – Mis fuentes me han informado de la posibilidad de que haya surgido una santa. No disponemos de evidencia concluyente, pero...

El emperador esperaba ansiosamente una reacción, una réplica o algún signo de emoción en el rostro de su amigo. Sin embargo, lo que vio lo dejó sorprendido. Constantino parecía completamente atónito y pasaron unos instantes antes de que pudiera articular una respuesta.

Constantino finalmente rompió su silencio – Entiendo – murmuró con voz sosegada. Inhaló profundamente y luego exhaló, como si dejara escapar un largo suspiro de alivio. En su rostro, se forma una sonrisa radiante, iluminando sus rasgos – Lo sabía. Sabía que se cumpliría.

Las palabras del Duque dejaron al emperador intrigado – ¿Cumplir? – Preguntó con genuina curiosidad – ¿Cumplir qué?

El Duque Constantino, aún sonriente, se dispuso a compartir su secreto – El futuro – Comenzó a explicar – Heredé el poder de la premonición y veo pequeños fragmentos del futuro en mis sueños. Es un don que rara vez se manifiesta en nuestra familia, pero en mi caso no es tan fuerte en comparación con el de mis antepasados, quienes tenían una claridad y alcance mucho eran mayores en lo que podían ver.

El emperador, intrigado por este descubrimiento, no pudo evitar preguntar con curiosidad palpable – ¿Qué fue lo que viste?

El Duque Constantino, con una expresión de pura felicidad, respondió con suavidad, como si el recuerdo lo inundara de emoción – Vi que tendría una hija – comenzó a relatar –En mi premonición, vi a una pequeña niña de unos cinco años, jugando en un hermoso jardín. Luego, de repente, ella corrió hacia mí, llamándome 'papá' – Hizo una pausa, como si intentara encontrar las palabras adecuadas para describir la experiencia. "Es difícil explicar por qué podía sentir su peso y su aroma, y ​​la alegría al escucharla llamarme 'papá'. Es un sentimiento inexplicable.

Las palabras del Duque Constantino dejaron al emperador absorto en sus pensamientos. Al principio del relato, había asumido que la niña a la que se refería su amigo era Valeria, su primogénita. Pero ahora, al mencionar una niña de unos cinco años, su mente se llenó de interrogantes. ¿Podría ser que se tratara de una segunda hija, una segunda hija concebida entre Constantino y la santa?

– Eso quiere decir que... – comenzó el emperador, su voz cargada de anticipación – Podríamos afianzar nuestro poder gracias a la santa y, al mismo tiempo, proporcionar tranquilidad al pueblo. Además, podríamos mantener bajo control a la Iglesia, sin necesidad de mencionar el detalle de una segunda hija y tal vez un subsecuente y digno heredero.

– Parece que sí –  asintió Constantino, mostrando su acuerdo con la idea de su amigo. Sin embargo, la verdadera alegría que irradiaba en su rostro se debía al hecho de que, finalmente, podría conocer a la pequeña de la cual había visto en sueños a lo largo del tiempo.

El emperador no podía contener su emoción, pero recordó la necesidad de mantener todo esto en estricto secreto – Debemos ser cautelosos hasta que la santa esté a buen resguardo – susurró en voz baja, consciente del destino innegable que compartían tanto la santa como el duque.

Finalmente, su amigo cumpliría su deber y encontraría la felicidad que tanto merecía. El emperador sabía que debía sentir alegría por este giro de los acontecimientos, especialmente después de la mancha que ensombreció el reencuentro feliz con su hija. Recordó con disgusto el intento de seducción por parte de una mujer oportunista hacia Constantino en el pasado. Si bien comprendía la naturaleza humana y no se oponía a liberar tensiones de formas placenteras, pero el método utilizado por esa mujer había sido simplemente despreciable. El repudio de los pocos que se enteraron de ese incidente lo convirtió en un tema tabú, y ahora nadie se atrevía a mencionarlo frente al duque.

El emperador se rió suavemente de sí mismo, consciente de que sus pensamientos habían divagado. Debían concentrarse en dar la bienvenida a la santa y en la nueva etapa que se avecinaba.

Sin duda, su amigo haría las cosas a su manera y recibiría a su futura esposa con gran esplendor.

– Mandaré a mi mejor caballero para que acompañe a tus guardias en la búsqueda de la santa. Hasta entonces, esto debe quedar entre nosotros – dijo el duque, su rostro iluminado por una felicidad poco común.

El emperador sonrió y respondió en tono humorístico – Debería haber sido yo quien lo propusiera, pero lo dejaré pasar esta vez solo porque te veo más feliz de lo habitual.

La complicidad entre los dos amigos se reflejó en sus sonrisas.

……………….

Cuando finalizó tanto la elegante fiesta de té como la discreta reunión privada entre el emperador y el duque, un suspiro de alivio llenó el aire del majestuoso palacio imperial. Las luces centelleantes se apagaron lentamente, dejando que la penumbra acariciara cada rincón de la opulenta sala de recepción. Era un evento que marcaba el fin de una tarde de conversaciones intrigantes y secretos susurrados, un tapiz de cortes.

En los pasillos silenciosos del palacio, el duque y su querida hija se reunieron, listos para emprender el regreso a su hogar. Mientras caminaban juntos por los pasillos intrincadamente decorados, la joven comenzó a relatar con entusiasmo cada detalle de la brillante fiesta a la que había asistido.

– ¡Padre, nunca hubiera imaginado lo amables que todos fueron conmigo! La Princesa Teodora, con su belleza y gracia, me recibió con una sonrisa cálida que hizo que mi corazón…

El duque viendo con ternura a su hija mientras escuchaba. A pesar de la fatiga que se reflejaba en sus ojos, la alegría de su amada hija iluminaba su rostro – Me alegra que hayas disfrutado de la fiesta.

El joven ascendido, sintiéndose abrumada por el amor y el apoyo de su padre.

– Padre – susurró a la joven con un toque de preocupación en su voz, llamando la atención del mayor de la familia.

El duque levantó la mirada, apartando sus pensamientos de un rincón remoto de su mente – ¿Sí?

La joven se acercó un poco más, notando el velo de preocupación en los ojos de su padre – Te he estado observando durante un rato, pero pareces sumido en tus pensamientos. ¿Estás bien? – preguntó con su voz suave y preocupada, mientras una arruga de preocupación surcaba su frente – ¿O hay algo que te preocupa?

El hombre, con una mirada de arrepentimiento en sus ojos, se reprendió a sí mismo por haber mostrado una distancia involuntaria con su querida hija. Suspiro con pesar antes de responder. – Me disculpo, cariño. Tienes razón, últimamente tengo la cabeza en un millón de lugares, ¿me perdonas?

La joven miró a su padre con una mezcla de amor y preocupación en sus ojos. Sabía que su padre era el héroe del imperio, un hombre valiente que constantemente luchaba en la frontera para proteger al reino de los monstruos y peligros – Padre, estás preocupado por la próxima expedición, ¿verdad? – preguntó con voz suave, consciente de la carga que él llevaba sobre sus hombros.

– ¿De eso hablan las jóvenes de hoy en día? – preguntó el hombre con una sonrisa amigable y un toque de humor en su voz. Mientras miraba a Valeria, su rostro mostraba una preocupación cariñosa – No tienes por qué preocuparte, mi querida. Estoy seguro de que todo saldrá bien y deja que tu padre se encargue de todo lo desagradable.

Aunque le hubiera gustado poder compartir más detalles en ese momento y revelarle la causa de su distracción, sabía que era un tema delicado y quizás era un poco temprano para profundizar en él. No obstante, tenía la certeza de que Valeria recibiría con los brazos abiertos a una figura materna en su vida y eso le reconfortaba profundamente, aunque lamentaba que no hubiera ocurrido antes.

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