Bianca.
Desperté en un asiento de avión con el cinturón puesto, no había nadie a mi alrededor así que supuse que estaban en otro lugar. Lo último que recordé fueron los besos de Don en mi piel ardiendo de deseo, y el puto orgasmo. Si hacia eso con sólo su boca y sus dedos, qué haría con su miembro.
¡Basta! Me reprendí por estar pensando en eso. Cerré los ojos de nuevo para dormir, seguro Don me había llevado hasta allí y ahora estábamos a punto de llegar a Sicilia, a esa mansión de alta seguridad.
—Necesito que al llegar tengas la localización exacta —escuché su voz ronca muy lejos —. No voy a permitir que esos mierdas se lleven a mi amigo, si quieren guerra la van a tener. Estoy hasta los huevos de que todo el mundo me tome por tonto.
—Mi Don, es