Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 6 – La Ira del Alfa
Punto de vista de Leila
Desearía poder quedarme. Debería poder quedarme, pero acabo de cancelar mi ceremonia de apareamiento. Dormir en la casa de otro hombre, incluso si es el Alfa de nuestra manada, no habla bien de mí.
—Buenas noches, Alfa.
Estaba llena. Siguió agregando más a mi plato e insistiendo en que lo terminara. El delicioso sabor me impidió negarme.
—Buenas noches, Leila. —Acarició mi cabello. Una sonrisa complacida se formó en mis labios.
El Alfa Xander se quedó en la puerta y me observó marcharme.
La seguridad en la manada era estricta, con guardias patrullando las 24 horas y antorchas iluminando el camino. Era una tontería asumir que nuestra visión nocturna podía mantenernos conscientes de todo lo que ocurría a nuestro alrededor en la oscuridad.
—Tienes el descaro de volver aquí —la voz de mi madrastra dijo desde la oscuridad, haciendo que mi corazón diera un salto.
El corredor estaba oscuro, no la había visto cuando entré.
—¿No crees que ya has hecho suficiente?
Sonaba tranquila. Sonia era demasiado elegante para gritar, demasiado controlada para dejar que sus emociones se mostraran.
—¿Suficiente? —¿De qué estaba hablando?
—Ponte al día, niña, no eres tan tonta… —Ignoré su sutil puya; años de experiencia me habían acostumbrado a eso—. … perturbas la paz de esta familia, eres una mancha en la imagen de tu padre y ahora lo castigaron por tu culpa. Claramente, has hecho mucho daño.
Suspiré y me senté. Esto claramente sería una larga conversación; bien podía ponerme cómoda.
—Yo no le pedí que hiciera nada.
—Debiste haberte callado. Diosa, deberías saber dónde escupes cualquier cosa que se te mete en la cabeza.
Parecía que estuviéramos teniendo una conversación amistosa, excepto que la habitación estaba oscura y Sonia me odiaba con todo lo que tenía.
—No veo nada malo en no quedarme con alguien que no es mi mate. Tú, de todas las personas, deberías saberlo.
Sonia me odiaba por el simple hecho de que mi padre me tuvo con otra mujer. Que esa otra mujer lo tuvo antes que ella.
—Tú también lo amabas, deberías ser capaz de pasar por alto algunas cosas —dijo, ignorando mi comentario.
—Deberías seguir el consejo que das —respondí. Hablar con Sonia era más fácil en la oscuridad. Sabía que ella podía verme perfectamente, pero yo no podía distinguirla bien por mi mala conexión de lobo. Años recibiendo su ira sutil también me enseñaron un par de cosas.
—No esperes que esta casa sea confortable para ti. —Fue su única advertencia.
—Eso significaría que lo era antes.
—Buenas noches, Leila.
Me estaba despidiendo.
—Buenas noches, Sonia… y lamento lo de papá.
Como no respondió, me levanté y fui a mi cuarto. Independientemente de lo que me hayan hecho, yo quería a mi padre. Puede que no pueda perdonarlo ahora, pero lo amaba.
---
Punto de vista de Xander
Leila estaba actuando extraño. Usé la excusa de revisar el progreso de la recuperación de su cuello y garganta para hacer que viniera a mi casa los últimos tres días.
Mi mate era divertida y servicial. Su instinto sabía que yo era su alfa, por eso Leila terminaba dándome masajes en los hombros cuando regresaba de la oficina. Nunca me quejaba de dolores ni los sentía; simplemente le gustaba hacerlo.
—¿Carne de res? —preguntó Leila frente a la estufa.
—Sí. —Ya no me dejaba cocinar.
—¿Tu reunión salió bien? —preguntó mientras agregaba especias a la carne.
Había hablado con unas sacerdotisas vecinas sobre las reliquias, y confirmaron los rumores sobre aquella con la habilidad de perfeccionar el vínculo con nuestros lobos.
Una tenía una pista sobre dónde se encontraba la reliquia.
—Sí.
Pronto…
Leila detuvo sutilmente el corte de los vegetales para bajarse las mangas de la camisa. El gesto llamó mi atención.
Lo había estado haciendo desde que entró a la casa. Por muy tímida o nerviosa que estuviera, tirar de la ropa no era algo que hiciera.
—Ven aquí —ordené.
Leila parecía sorprendida, pero obedeció. Se detuvo a unos cuantos metros.
—Más cerca.
La vi jalar de sus mangas antes de acercarse.
Se detuvo justo frente a mí.
—Buena chica, ahora dame tus manos.
Escuché cómo se aceleraba su corazón. Hala despertó, interesado en lo que ocurría.
Tragando, estiró lentamente su mano.
—Buena chica… —Le subí las mangas. Marcas púrpura oscuro teñían sus muñecas.
Apreté la mandíbula. ¿Quién?
—La usé para bloquear un látigo… —murmuró, mirando hacia abajo.
¿Qué? ¿Quién? ¿El castigo que di a Carlson no fue suficiente?
—Explica —gruñí.
—Amelia… dijo que fue un accidente… compró un látigo, yo estaba en la habitación con ella y mi madrastra… Amelia quiso probar la elasticidad del látigo… lo hizo en mi dirección, solo usé mi mano para protegerme la cabeza…
Eso no fue un accidente. Por su comportamiento, Leila también lo sabía. ¿Siempre la habían tratado así?
‘Matarlos eliminaría el problema…’ aconsejó Hala, incapaz de soportarlo.
‘… tienes razón…’
‘Sí…’
Sacudí la cabeza… matarlos no se vería bien ante la manada ni ante las manadas vecinas.
—Le puse algo… no dejará cicatriz.
—Solo porque no hay cicatriz no significa que no haya pasado —dije, trazando la piel coloreada y ligeramente hinchada.
Su trabajo como aprendiz de Marenza había empezado y le encantaba.
Leila asintió. —… lo siento.
—No tienes por qué disculparte, no es tu culpa. Sabes que mi oferta sigue en pie.
Ella sonrió. —Lo sé. Gracias, Alfa.
La solté y regresó a su cocina. Le había pedido que se mudara conmigo en un momento de debilidad, pero Leila se negó. No quería ponerme en una situación comprometedora.
Como si me importara la opinión de los demás.
—La temporada de cría comienza en la próxima luna.
—Sí… puedo sentir que se acerca.
La temporada de cría era el periodo en el que las omegas en edad tenían una alta probabilidad de quedar embarazadas. Su celo comenzaba esa noche, desencadenando los ruts de los alfas alrededor.
—Quiero que seas la Luna durante la ceremonia.
Leila me miró fijamente, olvidándose de la comida.
—Pero… la sacerdotisa está ahí…
—Lo sé, quiero que seas tú.
No tenía una mate oficial, así que la sacerdotisa tomaba el papel de Luna durante la ceremonia de c
ría. Para entonces, yo ya tendría la reliquia, y quería que Leila fuera la Luna ese día.
—¿De verdad? —Su emoción era tan clara en sus ojos.
—Sí.







