El sol apenas asomaba sobre los templos de Menfis, tiñendo el cielo de un rosa anaranjado, cuando Baketamon se deslizó por las calles secundarias del palacio. Se había despojado de sus finas túnicas de doncella real, reemplazándolas por un vestido de lino tosco y un velo simple que cubría su cabeza y parte de su rostro. Llevaba una cesta vacía, como cualquier otra mujer que se dirigía al mercado en las primeras horas del día. Su corazón latía fuerte en su pecho, un tamborileo constante de miedo. La ciudad comenzaba a despertar, y con ella, el bullicio de los mercaderes y artesanos.
El mercado era un torbellino de actividad. Voces chillonas ofrecían frutas frescas, verduras de colores vibrantes y pan recién horneado. El aire olía a especias, a sudor y al lodo del Nilo. Baketamon se movía entre la multitud, sus o