La embarcación se desplazaba lentamente sobre las aguas del Nilo, bajo el sol implacable de la mañana. Ahmose estaba en la proa con las manos apoyadas en el borde. El viento inflaba las velas haciendo sonar el ambiente con el crepitar de la lona. En la embarcación la tripulación se movía con sus ocupaciones y sus tareas. Pero Ahmose no veía a sus hombres porque su mirada estaba fija en la distancia sobre todo en la capital que se desvanecía. Menfis, con sus murallas blancas, sus palacios opulentos y en algún lugar de su interior estaba el corazón de Nefertari.
—Sargento —La voz de Seneb, su segundo al mando, lo sacó de sus pensamientos. Ahmose giró la cabeza y lo miró. Seneb era un hombre curtido, leal y de confianza, con cicatrices en el rostro que contaban historias de batallas.
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