Capítulo cuarenta y cuatro
Tengo que hablar con Derly.
Esa es la única manera de distraerme y no pensar en que Elián, justo ahora, está en una misión suicida.
Termino de comerme el plato de cereal a las una de la tarde y lo dejo en el fregadero, lavo mis manos y cierro el grifo antes de ir a la sala donde está nuestra luna caminando de un lado a otro.
Le está haciendo un agujero al piso de tanto ir de un lado a otro.
Cállate, Fally.
Pero yo solo digo... Mejor me callo, no vaya a ser que una cara pájaro por ahí me diga más de cuatro cosas.
—¿Está bien? —preguntó lo primero que se me viene a la mente y ella niega comiéndose las pocas uñas que tiene.
—No, no estoy nada bien, porque