Cap. 4 El día en que conoció a Adrián

Los días de invierno eran los más calurosos en la ciudad. El sol demostraba su vigor a tempranas horas del día, algunos rayos se filtraban por las cortinas de su habitación y llegaban hasta su rostro.

Carelis yacía en la cama, su vista estaba fija en un punto equis del techo, no había dormido en toda la noche porque las imágenes de lo vivido la acuciaban atormentando su mente. Había tomado la decisión de no ir a trabajar por unos días porque Adrián la necesitaba junto a él y no le iba a fallar, no podía fallarle en esos momentos.

Carelis ignoraba el tiempo que Adrián permanecería internado. Una parte de ella deseaba que fuese poco, odiaba los hospitales y clínicas; le traían malos recuerdos. Su madre había muerto en uno de ellos, fue una convalecencia larga y penosa, como una persona sensible, hubo noches en que pudo sentir la muerte rondando, su presencia era la de un frío extremo que hiere voluntades. Nunca pensó vivirlo de nuevo, pero no es lo que uno desee, es lo que está escrito y en ese momento el desenlace esperaba que fuese diferente.

Recordó a su madre en la cama del hospital, su mandíbula estaba prácticamente soldada de lo que no quería comer y los doctores la alimentaban con sonda. Carmen se estaba dejando morir.

—Reflexiona en mí, te necesito y no podré sola.

En vano fue suplicar su sufrimiento existencial era mayor y verla consumirse era letal para cualquiera. Quería entenderla, es decir, desde que su padre se había ido de sus vidas, ella entró en una especie de depresión. Comenzó a decaer en sus cuidados, en su apariencia y también en su forma de socializar. Perdió amigos, oportunidades laborales, simplemente cayó en el hoyo oscuro de la depresión. Todo por un mal amor. Ahora volvía a las filas del infortunio y esta vez era por su novio.

        Apenas llegó al hospital preguntó en información por su novio y le dijeron que seguía igual, no supo si eso era bueno o malo; pero, si Adrián estaba vivo, debía estar aliviada y contrario a todo lo que se esperaba, no lo estaba y al ver a su tío con su mirada taciturna notó que algo malo sucedía.

—Hola, sobrina… El doctor Reyes estuvo hace poco conmigo.

—¿Qué sucede?

—Adrián está estable…

—Eso es bueno por lo que sé.

—En parte, el doctor dice que sigue en coma.

—¿Sigue en coma?

—Sí, y eso es lo preocupante, el estado de Adrián es delicado—hizo una pausa y añadió—Vamos a necesitar ayuda, los gastos aquí son altos y me pidieron dinero.

La joven le dijo muy segura:

—Yo tengo ahorros, podemos usarlos.

—Verás cariño…—utilizó un tono suave con ella—No creo que tus ahorros sean suficientes para sobrellevar esto, he pensado en hablar con el jefe de Adrián.

—¿Con el señor Montreal?

—Sí, él debe enterarse del accidente, tal vez nos adelante algo del sueldo de Adrián.

—Encárgate de todo eso tío, yo no puedo ahora, debo quedarme junto a Adrián.

   Antes de que se enfriara el tema le dijo a su sobrina:

—He considerado que debemos llamar a la mamá de Adrián, él la necesita en estos momentos.

—Sí… Opino que será lo mejor.

—Apenas llegue a casa, haré todo...

—Suerte.

El dinero, siempre el dinero. No deseaba perder a Adrián por dinero, iba a luchar y a dejar su cuenta en cero por él, se lo debía. En la sala de espera, empezó a darse cuenta de las ironías de la vida. Había estado con Adrián por cinco años, se acostumbró a su compañía, cariño y a su presencia, hasta pensó que aunque hiciese lo que hiciese siempre lo tendría a su lado y ahora estaba consciente de lo ilusa que fue al pensar así. Por un giro del destino podía estar sin Adrián y hasta ese momento había ignorado la magnitud que tuvo el primer día en que lo conoció:

Vestía de negro, su madre recién había muerto para ese momento tenía 18 y todo había cambiado para ella. No era un día en especial, eran de esos días en que tienes que dar un paso a la vez y luego otro, tratando de no darte cuenta de que alguien en tu vida falta y que ya no volvería nunca.

Sin querer, ese día fue el más especial de todos; fue el momento en que tuvo a su primer amigo y tal vez si se atrevía a reconocerlo su primer amor. »

«Cuando reflexiono en nuestro primer encuentro—se dijo reflexiva—Debo de recordar las circunstancias que lo precedieron. Estaba de luto, mi madre había muerto, su enfermedad me desgastó emocionalmente, tenía 18 años y estaba sola. El único familiar que me quedaba era un tío pintor al que había tratado muy poco. 

  Este había comprado una casa en un barrio acomodado y allí tenía su taller montado. Jonás me recibió gustoso, la casa era grande y silenciosa, a veces me abrumaba verla tan grande, tal vez eso hizo que mi tío comenzara a pintar con más ahínco y llenara el lugar con cuadros que evocaban la paz y tranquilidad. Me gustaba verlo pintar, además el barrio era tranquilo y de gente decente.

Comencé a conocer los alrededores del sector, cerca había un supermercado y elaboré una lista con todo lo que hacía falta en la casa, era sábado, el supermercado tenía acogida, mucha gente del sector acudía a él y entonces al intentar tomar un carrito alguien se me acercó:

—¡Espera!—era Adrián—Te ayudaré, siempre se atoran.

   Él me sonrió afablemente y yo lo imité, con costes sacó el carrito y comentó:

—Soy Adrián Reinoso, vivo en el mismo barrio que tú, te vi mudarte la semana pasada.

Aquella referencia me sorprendió, parecía que el joven estuvo pendiente de todo el movimiento. Tuve que confirmar su observación.

—Tienes razón…—le dije— Me mudé hace poco, me llamo Carelis Varela.

—Carelis es un lindo nombre…—me sonrió y añadió—Sé que vives con un señor que hace lienzos para pintores o es pintor, ¿es pintor?

   Parecía muy informado sobre nuestra vida, cosa rara de un desconocido, entonces le respondí:

—Sí, es pintor y es mi tío Jonás… Su nombre artístico es Jonás del Mar.

Comenzaba a inquietarme el darle información a un desconocido.

—Compró esa casa, lo sé, porque estuvo en venta por varios meses, lo vi mudarse… Fue un fin de semana de eso, estoy seguro—me explicaba—Estoy libre los fines de semana y aprovecho para asomarme al balcón y veo lo que Dios pone ante mis ojos, ¿puedo acompañarte?

   Accedí, tenía buena vibra, conversamos acerca del barrio, de su vida, supe detalles de la misma: Recientemente, había sido ascendido a asistente de gerencia en un banco y estudiaba en las noches, administración, estaba solo, aquello lo recalcó bastantes veces, en fin fue un libro abierto conmigo, en cambio, le hablé de mi luto y por primera vez en ese tiempo alguien me preguntó:

—¿Cómo te sientes?

   Era una pregunta que evitaba contestarme, pero en ese momento pude encontrar una respuesta para compartir:

—Me estoy acostumbrando—le dije—Al principio fue difícil, la vi sufrir, a veces deseaba que terminara.

    Esa era la parte que más me molestaba, había deseado que mi propia madre muriera para que dejara de sufrir y eso siempre me hizo sentir como una especie de arpía o de monstruo insensible, pero lo que dijo Adrián me impresionó:

—Es normal.  Es normal no desear ver sufrir a una madre.

—Sin embargo, eso me hacía sentir culpable, el solo desearlo o pensar en ello y cuando sucedió—cerré mis ojos—me impresionó… De cierta forma es bueno que alguien Superior decida por ti esas cosas, si me tocara a mí no podría elegir lo que es mejor.

—Es verdad—dijo reflexivo—Carelis, cuando desees conversar con alguien, puedes hacerlo conmigo, me encantaría ser tu amigo…

Mi primer amigo, en mucho tiempo, había perdido a todos con lo sucedido con mi madre. Adrián me acompañó a casa con las compras y conoció a mi tío, se agradaron mutuamente y lo invitamos a ver los cuadros, estaba maravillado por el arte de Jonás…

—Tiene mucho talento, en verdad sé un poco de esto, suelo ir a las exposiciones en la Casa de la Cultura y he visto cosas hermosas, pero lo suyo sobrepasa a muchos.

—Gracias por decirlo—le respondió mi tío—es lo que más amo.

 Jamás vi a alguien tan feliz por el simple hecho de que se le abrieran las puertas de una casa y con Adrián fue así…»

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