El CEO se vuelve niñera por navidad
El CEO se vuelve niñera por navidad
Por: Ivette Muniz
Capítulo 1 "Perderé la cordura"

Cerré mis ojos y respiré tan profundo como mi cuerpo me lo permitía, no, esto no me podía estar sucediendo a mí, debía de ser un sueño, una pesadilla, cuando abriera los ojos no estarían dos pequeños insolentes saltando en mi sofá Lawson.

Quería pensar que estaba soñando, pero aquellas pequeñas carcajadas entre dientes no me lo permitieron, cuando abrí los ojos no solamente estaban sobre mi sofá, sino que habían despedazado unos de mis almohadones de pluma, Abbie, ella era la culpable, la pequeña delincuente de almohadas, ¿qué le había hecho la pobre para merecer ese trato?

Recibí por la espalda un golpe que me hizo tambalearme, me di la vuelta para encontrarme con el gesto distorsionado de Lucius, estaba a punto de soltar una carcajada.

—Se marchan ahora mismo a su habitación —les ordené a punto de perder la cordura.

Cruzaron miradas, pero no se movieron, por el contrario, Lucius me lanzó el almohadón a la cara. Mi paciencia estaba a punto de desaparecer, solamente llevaban en el apartamento algunos minutos, no sabía exactamente cuantos, pero se estaban volviendo horas en mi mente.

Tal vez Jules mi hermana aún estaba cerca del apartamento, quizá aún estaba a tiempo de retractarme, de decirle que viniera por sus pequeños y demoniacos niños que había visto contadas veces en fiestas familiares.

No estaba listo para todo esto, esa era la principal razón de por qué había decidido no tener hijos, no quería nada que perturbara mi paz, no deseaba tener a nadie a mi alrededor que me ocasionara alguna especie de malestar y de las pocas veces que había tenido contacto con niños, siempre terminaba de la misma manera.

Cuando Jules vino al apartamento hace un par de días pidiéndome el favor de que me quedara todo el mes con los niños, estuve a punto de reírme en su cara, a punto de decirle que si no podía cuidar de ellos no hubiera optado por ser madre, pero todo cambió cuando en un momento de locura decidió hacerme una propuesta que ella misma sabía que no podría rechazar.

—¡Por favor Isaac! —me había pedido con esos ojos de cachorro que solamente ella podía poner en esas situaciones.

Mi corazón se había querido ablandar, como siempre a lo largo de nuestra vida, pero no, solamente de pensar en lo que se me vendría encima, si le hacía tal favor, hacía que su truco dejara de tener efecto sobre mí.

—No, Jules, mira bien el movimiento de mis labios, he dicho que no —sentencie mientras hablaba de la manera más calmada posible.

—Son tus sobrinos, los cuales de tanto trabajo que tienes prácticamente no les ves nunca, te hará bien pasar un tiempo con ellos para estrechar el vínculo —volvió a insistir.

—No quiero que tomes esto a mal, pero no tengo interés alguno de convivir con tus hijos, son tuyos Jules, además sabes que no soporto los gritos, el desorden me pone muy de malas y es imposible trabajar teniendo niños cerca —me cruzo de brazos.

En su rostro se reflejó cierta tristeza, suspiró con profundidad y se dejó cae sobre el sofá. Yo me quedé en aquel característico silencio, que solamente suelo hacer cuando no tengo la menor idea de que debería de responder en una situación en concreto, me encogí de hombros y me senté a su lado.

—Lo lamento, sé que es una situación complicada, pero pueden contratar a otra persona que se haga cargo de tu suegra —le recordé tratando de levantarle el ánimo— Es diciembre, es un mes para que estés con tu familia, además Gregorio tampoco estará con ellos para la navidad, lo mínimo que puedes hacer es quedarte.

—Te daré mis acciones de la empresa si te quedas con tus sobrinos —me clavó la mirada y mis ojos se abrieron por la sorpresa— Su madre está grave, Gregorio no la va a visitar, siempre lo pospone, año tras año y ahora me pide que sea yo quién vaya porque la mujer no quiere que una persona desconocida cuide de ella.

—No entiendo por qué debes ser tú, puede hacerse un hueco él para ir —respondí con molestia.

—No puede viajar un mes para ir a cuidarla, además en diciembre es el mayor mes de inversiones para él, no puedo ser tan egoísta, esto es al menos hasta que finalice diciembre, ya luego nos arreglaremos nosotros para decidir quién se hace cargo del cuidado de los niños —junta sus manos— Si te quedas con ellos vas a tener la mayoría de las acciones de la empresa, ya no serías un simple CEO y tus sobrinos son buenos niños.

Me quedé pensando en sus palabras, después de todo era cierto, llevo años trabajando en la empresa, tratando de sacarla adelante y hacerla crecer, pero al ser dos herederos mi padre decidió darnos parte de las acciones a ambos, las suficientes para volvernos CEOS, dijo que la persona que se desempeñe mejor terminará por ser el presidente cuando entregue el resto de las acciones.

Al final terminé accediendo, solamente por pensar en la empresa, en que quiero quedarme con sus acciones, pero viendo el desastre en el que se está transformando mi apartamento, realmente no estoy seguro de que lo valga. 

Si todo marcha de esta manera con el paso de unos días es probable que pierda la cordura, que todo aquí se vuelva un desastre tan grande que tendré que pedirle a alguien que venga a cuidarlos, pero mi hermana dijo que si no lo hacía yo mismo, entonces no me daría las acciones, se atrevió a ponerme condiciones.

Los vi irse corriendo en dirección a la cocina mientras se reían, al diablo lo que hubiera dicho mi hermana, no podría con esto yo solo. Tomé mi celular y llamé a la única persona que podría solucionarlo todo en cuestión de segundos, incluso aunque ella no fuera de mi agrado, mi asistente personal Dahlia.

La llamada sonó un par de veces antes de que respondiera, no podía creer que estuviera dormida tan temprano en la noche, no podía ser posible, aclaré mi voz, ella jamás tardaba tanto en responder.

—Diga, señor —dijo en un tono cansado, soltando un bostezo.

—Dahlia, necesito que vengas a mi apartamento ahora mismo —le ordené con la voz un poco temblorosa mientras me aflojaba la corbata.

Escuché un sonido, era el sonido de algo rompiéndose, me apresuré a caminar en dirección a la cocina para ver que era exactamente lo que estaban haciendo.

—Señor, ¿usted ve la hora que es? Mi horario laboral no incluye esto, además, es domingo señor, mañana debo de estar a primera hora en la oficina para usted —me recordó con un tono un tanto irritado.

—Te pagaré, te daré incluso el doble de lo que te pago por un día normal, pero ven ahora mismo —dije antes de cortar a la llamada con las últimas fuerzas de mi cuerpo.

No podía ser posible, mi colección de tazas, esas que fui coleccionando de cada maldito viaje que he hecho, estaban sentados, ambos en la encimera de la cocina, con mi colección de tazas, jugando a ver quién podía tirarlas más lejos.

Esto se había vuelto algo personal, sin importar que fueran los hijos de mi hermana, les saldría demasiado caro.

—Mira, apareció el gruñón —murmuró Lucius con una media sonrisa.

No lo había dicho lo suficientemente bajo, o quizá era con todas las intenciones de que lo escuchara, pero lo había dicho, se atrevía a faltarme el respeto.

—Calla Lucius, me toca tirar —dijo con poco interés Abbie.

—¿Tienen idea de lo que están rompiendo? Es mi colección de tazas, la colección que me ha llevado años hacer —dije con la quijada tensa.

—Tío Isaac, mi mamá tiene razón, te has vuelto un viejo gruñón —suelta una pequeña risa— release the bad vibes.

Alcé las cejas, mi hermana se había encargado de enseñarla a ser igual a ella, esa frase de soltar las malas vibras, es algo típico de ella. Salí de la cocina sin cruzar otra palabra con ellos, ya daba igual las tazas, daba igual que las hicieran añicos o el sofá, todo sería repuesto por mi hermana, eso sería de ese modo sí o sí.

Me senté impaciente en el balcón, aunque estuviera tratando de tranquilizarme, no había nada que pudiera sacarme de la cabeza que había cometido un grave error.

El timbre sonó al cabo de un buen rato, ya ni siquiera sabía en donde se habían metido las pequeñas granujas, solamente me ponía los pelos de punta que hubiera tanto silencio. En puntillas de pie me aproximé a la puerta y la abrí tratando de hacer el menor ruido posible y entonces vi a mi asistente personal, en las peores pintas de la vida, con una sudadera que le iba enorme, unas ojeras enormes, un deportivo debajo y se le notaban sus ojeras remarcadas.

Hice una mueca, pero me hice a un lado para que pudiera entrar, ella lo hizo con cierto miedo, como si le hubiera llamado para algo indebido y miró a los alrededores hasta que se encontró con la sala, con las plumas en el suelo, con el desastre que era y se detuvo en seco.

—¿Le entraron a robar, señor? ¿Necesita que llame a la policía? —se apresuró a decir exasperada.

A pasos agigantados me aproximé a ella, le cubrí la boca y la pegué contra la pared, sus ojos se abrieron tan grandes, sus lentes tampoco ayudaban, le había dado un susto, pero era lo necesario, al menos por el momento no quería que la fueran a escuchar.

—Silencio, estamos en zona de guerra, esto es demasiado riesgoso —murmuré.

—¿Acaso perdió la cordura? —habló de forma apenas entendible con mi mano sobre su boca.

—Te he dicho que te quedes callada —insistí.

Entonces escuché el sonido de sus carcajadas, aquello no podía ser una buena señal.

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