Por algunos segundos, Albert se deja llevar por el deseo arrollador de Eva. Sin embargo, aunque como hombre la desea, algo dentro de él, lo hace detenerse y desistir de aquella loca idea.
Como si el universo estuviese confabulando a su favor, Albert escucha el llanto de Shirley y se aparta de la sensual mujer.
—¡Es mi hija! —exclama aturdido, rápidamente sale de la habitación en busca de su hija.
Al salir de la recámara, ve a su pequeña hija de pie y en medio del pasillo, frotando sus ojitos con sus manitas.
—Shirley —Albert, corre hacia ella, la levanta de un sólo movimiento y la toma entre sus brazos—. ¿Qué te ocurre, mi princesa? —pregunta visiblemente nervioso y angustiado— ¿Por qué lloras? ¿Te lastimaste? —Le revisa el rostro y sus frágiles manos.
—Mi mamá no va a regresar nunca, no volveré a verla —solloza con voz entrecortada. Albert siente que su corazón se rompe al escuchar aquellas palabras.
—Cariño, mamá siempre estará contigo. En el lugar donde estés, ella cuidar