La semana transcurrió con una velocidad inesperada. Entre llamadas, correos, y reuniones, Clara apenas notaba cómo los días pasaban. Su escritorio se había transformado en un campo de batalla lleno de notas adhesivas, documentos impresos y tazas de café vacías. Sin embargo, lejos de sentirse abrumada, experimentaba una energía nueva, como si cada pequeña tarea fuera un ladrillo más en la construcción de algo grande.
La propuesta aceptada ya estaba tomando forma concreta. Había comenzado a delinear el equipo con el que trabajaría, y aunque aún quedaban decisiones por tomar, sentía que avanzaba en la dirección correcta. Por primera vez en mucho tiempo, el miedo al fracaso se había disipado, reemplazado por una motivación firme y constante. Se permitía sentir orgullo. No por alcanzar una meta, sino por mantenerse en movimiento. Sabía que el éxito no era un punto fijo en el horizonte, sino el resultado de abrazar el proceso, incluso cuando era agotador.
Lucas había sido su ancla durante e