POV de DIEGONo sabía exactamente qué esperaba al ir a buscarla. Solo sabía que después de la llamada que recibí de Nora, algo en mí se quebró. Las piezas empezaban a encajar, pero el dibujo que formaban me desgarraba por dentro.Toqué el timbre con la mandíbula apretada, y esperé. No pasaron más de cinco segundos antes de que Adriana abriera. Tenía la expresión sorprendida, pero no del todo.—Diego… —su voz era apenas un susurro.—Tenemos que hablar —dije seco, sin rodeos.—¿Ahora?—Ahora.Ella asintió y se hizo a un lado para que pasara. Cerró la puerta con cuidado, como si eso fuera a evitar la tormenta que venía. Caminé directo al salón sin esperar invitación. Mis pasos eran firmes, mi pecho un incendio.—¿Qué pasa? —preguntó, aunque yo sabía que intuía lo que venía.La miré. Directo. Sin pestañear.—¿Desde cuándo sabías que tu madre me conocía?El silencio cayó como una piedra. Su rostro perdió el color. Esa fue mi respuesta.—No fue… no fue intencional —balbuceó—. Yo solo…—¡¿Cuá
POV de DIEGONo podía dejar de mirar la puerta.Esa maldita puerta blanca frente a mí. Era la entrada al estudio de su madre. La mujer que había destrozado más que una familia. La mujer que había destruido a Adriana… y de paso, casi me arruina la vida a mí también.Inspiré hondo. El aire en la mansión me sabía a traición.—¿Estás seguro de esto? —preguntó Adriana, de pie junto a mí, su mano rozando la mía.Asentí. —No puedo seguir sin entender por qué lo hizo. Por qué nos lo hizo.—Te va a enredar. Es su especialidad.—Lo sé. Pero esta vez no soy el mismo pendejo de antes.La puerta se abrió sin aviso. Allí estaba ella. Mercedes. Fría como el mármol, arreglada como si fuera a una gala. Ni una arruga, ni una emoción.—Adelante, Diego —dijo con una sonrisa helada—. Estaba esperando que quisieras hablar.Adriana me apretó el brazo, pero la solté con cuidado.—Nos vemos después —le murmuré. Entré.El estudio olía a incienso caro. Todo brillaba. Todo estaba perfectamente en su lugar, como s
POV de ADRIANANo podía dejar de mirar la puerta.Esa maldita puerta blanca frente a mí. Era la entrada al estudio de su madre. La mujer que había destrozado más que una familia. La mujer que había destruido a Adriana… y de paso, casi me arruina la vida a mí también.Inspiré hondo. El aire en la mansión me sabía a traición.—¿Estás seguro de esto? —preguntó Adriana, de pie junto a mí, su mano rozando la mía.Asentí. —No puedo seguir sin entender por qué lo hizo. Por qué nos lo hizo.—Te va a enredar. Es su especialidad.—Lo sé. Pero esta vez no soy el mismo pendejo de antes.La puerta se abrió sin aviso. Allí estaba ella. Mercedes. Fría como el mármol, arreglada como si fuera a una gala. Ni una arruga, ni una emoción.—Adelante, Diego —dijo con una sonrisa helada—. Estaba esperando que quisieras hablar.Adriana me apretó el brazo, pero la solté con cuidado.—Nos vemos después —le murmuré. Entré.El estudio olía a incienso caro. Todo brillaba. Todo estaba perfectamente en su lugar, como
POV de ADRIANA—¿Me estás evitando, Diego?Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. Estábamos en el pasillo del edificio de artes, él con su mochila colgada del hombro y la vista en cualquier parte menos en mí. Desde que volvió de ese viaje con su familia —o lo que sea que haya sido—, no era el mismo. Frío. Distante. Como si yo hubiera hecho algo mal.Él me miró, finalmente. Su ceño fruncido. Su mandíbula tensa. —No te estoy evitando. Solo estoy ocupado, Adriana.Me reí con incredulidad. —¿Ocupado? ¿En qué, exactamente? Porque ni siquiera contestas mis mensajes.—No tengo que darte explicaciones —espetó, dando un paso hacia mí, con una mirada que me atravesó como una cuchilla—. No somos nada.Su frase me golpeó más fuerte de lo que imaginaba. Sentí que el piso se abría bajo mis pies. ¿Nada? ¿Después de todo lo que compartimos?—¿Eso piensas? ¿Que no somos nada?No respondió. Solo me miró con una expresión que no lograba descifrar del todo. Dolor, quizá. Culpa
POV de DIEGONunca pensé que una conversación podía sentirse como una batalla. Pero eso era exactamente lo que pasaba cada vez que Adriana y yo hablábamos últimamente. No importaba si empezábamos en calma, siempre terminábamos levantando la voz, empujando los límites, como si quisiéramos ver quién se quebraba primero.Hoy no fue la excepción.—¿Entonces eso es todo? ¿Te vas sin siquiera intentarlo? —su voz temblaba, y no sé si era por rabia o por tristeza.—No se trata de no intentarlo, Adriana. Es que esto… esto ya no es lo mismo.Ella se cruzó de brazos, sus ojos clavados en los míos como dagas.—¿No es lo mismo o simplemente no quieres luchar por lo que tenemos?Sentí la punzada en el pecho, pero traté de mantenerme firme.—Tú también lo sabes. Hemos cambiado. Todo cambió desde que lo de mi mamá empeoró, desde que dejé de venir a clase, desde que tú…—¿Desde que yo qué? —interrumpió, dando un paso hacia mí.Tragué saliva.—Desde que empezaste a mirarme como si fuera un problema más
POV de DIEGONunca imaginé que el silencio de Adriana pudiera doler más que sus gritos. Pero esa noche, cuando le mandé tres mensajes seguidos y no respondió ninguno, entendí que había cruzado una línea que quizás no tendría regreso.Yo había prometido quedarme. Había prometido no huir. Y sin embargo, lo hice otra vez.Todo porque me sentí impotente. Porque mamá tuvo otra recaída. Porque el médico nos dijo que lo mejor era “prepararnos emocionalmente”. ¿Cómo se prepara uno para perder a la persona que te dio la vida? ¿Cómo demonios?Tomé el bus a casa después del hospital, sin fuerzas para responderle a nadie. Ni siquiera a ella.Cuando llegué, papá estaba sentado frente al televisor, con una cerveza en la mano. Ni siquiera preguntó cómo estaba mamá. Solo murmuró un "¿y?" sin apartar la vista del partido.—Está igual —respondí seco.—¿Igual de mal? —se burló, como si fuera una broma cruel.No le contesté. Subí a mi cuarto, me encerré y me dejé caer en la cama.Fue entonces cuando vi lo
POV de AdrianaPensé que con el tiempo las cosas se calmarían. Que después de esa última conversación en la biblioteca, Diego y yo estaríamos bien. Pero lo nuestro no era fácil. Nunca lo había sido.No era solo su tristeza crónica, ni el miedo que lo devoraba desde adentro. Era la forma en que se alejaba cuando más lo necesitaba, como si el dolor fuera algo que debía cargar solo.Y yo... yo estaba cansada de golpear la misma puerta esperando que algún día él decidiera abrirla.—¿Sigues esperándolo? —preguntó Ana mientras tomábamos café en la cafetería del campus.—No sé si lo estoy esperando o si ya me acostumbré a vivir en pausa —le respondí, sin apartar la mirada del celular.Diego no me había escrito en dos días.—¿Te dijo algo sobre su mamá?—Nada. Solo me dejó en visto.Ana suspiró.—No es sano, Adri. Tú también mereces que te elijan.—Él me elige... solo que a veces se le olvida cómo —dije, sabiendo lo ridícula que sonaba mi propia excusa.Esa tarde, decidí ir a buscarlo.No podí
POV de DIEGONo dormí en toda la noche.La imagen de Adriana alejándose, sus palabras clavadas como espinas en mi pecho, me perseguía con los ojos cerrados y también abiertos. Me dijo que me amaba, pero no iba a esperarme eternamente. Y tenía razón.La había alejado. Otra vez. Siempre hacía lo mismo. En vez de aferrarme, me soltaba. Como si perderla me doliera menos que fallarle.Pero no era verdad. Perderla me estaba matando.Al día siguiente, en clase, todo me parecía un mal chiste. Los profesores hablaban y yo solo escuchaba mi cabeza repitiendo una y otra vez:"Ya me estás haciendo daño."Al salir del aula, vi a Adriana caminando con Ana. Iban riendo, pero en cuanto me vio, su sonrisa desapareció.No me acerqué. No sabía si tenía el derecho.Pero ella lo hizo.—¿Podemos hablar? —me dijo, seria.Asentí.Fuimos a un rincón del campus, junto a los árboles, donde siempre íbamos cuando queríamos escapar del ruido.—Dime la verdad, Diego. ¿Me sigues amando o solo tienes miedo de estar so