POV de Adrian
El sonido del teclado de Diego resonaba en la oficina incluso cuando la noche había caído por completo. Desde hacía semanas, su rutina era la misma: llegar temprano, salir tarde y, si tenía suerte, intercambiar unas pocas palabras conmigo antes de sumergirse de nuevo en sus interminables estrategias de negocios.
Yo lo observaba desde el sofá, con una taza de café frío entre mis manos. Esperé unos minutos más, intentando convencerme de que, en cualquier momento, levantaría la vista y me miraría con la misma intensidad con la que solía hacerlo. Pero no sucedió.
—Voy a casa —dije al final, rompiendo el silencio.
Diego apenas levantó la vista de la pantalla.
—¿Quieres que te lleve? —preguntó, pero su tono fue automático, sin emoción real.
Negué con la cabeza, sintiendo una punzada de decepción.
—No te preocupes, tomaré un taxi.
Diego asintió y volvió a su computadora sin decir nada más.
Salí de la oficina con un nudo en el pecho. Ya ni siquiera discutíamos. Ese era el problem