El Amor Secreto de la Mafiosa
El Amor Secreto de la Mafiosa
Por: Sofía de Orellana
Prefacio

El bus escolar se detiene en la parada y la chica camina animada a su casa, donde su madre y su hermano mayor la esperan.

Su padre llegará más tarde, como cada día. Su trabajo a veces le demanda más tiempo de lo normal y a veces suele perderse por varios días, pero a su familia no le falta nada. Nadie se queja por eso y cuando consigue algún día libre, lo disfrutan en familia con cualquier actividad recreativa.

Saca las llaves de su bolsillo, pero se da cuenta que la puerta de la casa está abierta, arruga el ceño porque eso no es usual. Entra con cierto recelo, escucha el sonido de un cuerpo caer seco al suelo y eso le activa todas las alarmas.

Se esconde en el espacio oscuro que hay bajo la escalera, dirige su mirada a la sala donde se reúnen a ver alguna película cada fin de semana, pero esta vez la escena que allí se desarrolla es mil veces peor que la película de terror más cruda.

Ve a su hermano, tirado en el suelo, con un disparo en el pecho, su padre sobre él, con los brazos abiertos y con tres impactos. El suelo se ha teñido de rojo y ella no puede hacer nada, más que taparse la boca y llorar.

No consigue ver a su madre, puede que ella no haya llegado aún.

Tres hombres salen de la sala, uno de ellos se levanta el pasamontañas y Keylen consigue ver el tatuaje que el hombre lleva en el cuello: una cruz que termina como espada, rodeada de un círculo.

-Avísale al jefe que el trabajo aquí ya está hecho – dice el hombre con el pasamontañas levantado, Keylen cierra los ojos para no olvidar nunca esas voces -.

-Falta la mocosa.

-No, el jefe dijo que la prioridad era acabar con este soplón.

-Pero ¿por qué le disparaste al hijo y a la esposa? – dice el tercero, con la voz afectada -.

-Porque se me dio la gana, porque se cruzaron… elige la opción que más te guste, pero en este trabajo siempre hay daños colaterales. Vámonos.

El hombre se baja el pasamontañas y se dirige a la puerta, se queda unos segundos con la mano en la manilla, pero luego la gira y la abre.

-¿Qué pasa? – pregunta el segundo hombre -.

-Nada… solo creí haber dejado la puerta sin trabar… mejor vámonos de una vez.

Keylen espera lo que le parece una eternidad para asegurarse de que los hombres no volverán. Cuando al fin sus piernas le responden, sale de su escondite, traba la puerta con seguro y corre a la sala.

Su hermano y su padre están muertos, no hay nada que hacer contra eso, pero su madre… Su madre está tirada detrás del sofá, quejándose con la mano en la cabeza, evidentemente desorientada.

-¡Madre…¡- la sacude y ella solo vuelve a quejarse. Le dieron duro en la cabeza y un hilillo de sangre corre desde allí -. ¡Llamaré… llamaré a la policía!

-¡No! – dice ella -. Solo pide una ambulancia… nadie puede saber… a lo que se dedicaba tu padre… nadie…

-Tranquila, no diré nada.

Marca al 911 y quince minutos después se llevan a su madre al hospital, mientras que a su padre y a hermano se los llevan a la morgue.

De ella no sale llanto, lamentos, ni gritos.

Ni mucho menos sale lo que vio. No por proteger la imagen de su padre, sino porque si algo aprendió muy bien de él, es que cuando alguien te friega la vida, eres tú quien se la debe cobrar…

Y ella no sabe cómo cobrar, pero aprenderá.

Solo le pide al oficial a cargo que le diga cuando podrá disponer de sus hombres favoritos para un funeral como se merecen.

-Lo siento, niña, si quieres…

-No soy una niña – le dice ella desafiante, alzando la barbilla y mirando al detective a los ojos -.

-Disculpa. Si quieres, puedo llevarte al hospital, ¿tienes con quién quedarte mientras tu madre está en el hospital?

-Gracias, llamaré a mi tía, para que me encuentre en el hospital.

Sin siquiera haberse sacado la mochila, acompaña al detective al auto y se sube atrás, se mira las manos, manchadas con la sangre de su madre.

Ni siquiera pensó en tocar a su padre, a su hermano… había visto muchas películas de guerra y mafia, donde los muertos se quedaban en la misma posición que ellos.

Con quince años, debe enfrentar la muerte de los proveedores de la familia y ruega porque su madre no quede con secuelas, porque de otra manera, deberá dejar el colegio y trabajar.

-No quiero dejar de estudiar – dice en voz baja, para sí misma, pero el detective le responde -.

-No tienes que hacerlo.

-¿Y si mi madre no puede mantenernos?

-Estoy seguro que tu padre tenía algún seguro, ahorros…

-Mi padre era nadie en este país – ella sabe que la policía se dio cuenta a quién mataron, pero no le dijeron nada a ella, porque seguro creen que su padre no compartía su mayor secreto con su familia -.

“Usted y yo sabemos que no existió cuando estaba vivo y solo quedará registro de su muerte... y luego de eso nada - se cruza con la mirada del hombre unos segundos a través del espejo y luego vuelve la mirada hacia la ventana -. Y yo haré lo mismo.

Pero estas últimas palabras las dice tan silenciosas, que el hombre no la escucha, por lo que no es capaz de advertir lo que la chica quiere para su futuro.

Ocho años después…

El saco de arena se mueve de un lado a otro, mientras el hombre jadea con las manos en las rodillas frente a él, sin dejar de mirar a la mujer parada a su lado frente el otro saco, ese especial con un dibujo  muy particular en el, como si nada.

-¿Ya estás cansado, niño bonito? – le pregunta ella con una sonrisa burlona -.

-No… no te cansas de decirme así, ¿verdad? Para ti todos son niños bonitos… y no de la forma agradable.

-Ay, Matías, no seas llorón – dice ella sin estar afectada por el ejercicio -. Me buscaste para algo en específico así que habla – se quita los guantes y va por una botella de agua a la pequeña nevera. Le tira una a Matías y se sienta en el ring -. No tengo todo el día.

Él se acerca a ella y se acomoda entre sus piernas, provocando que ella abra la boca con gesto escandalizado, pero evidentemente fingido.

-Quiero saber si es verdad lo que dicen de ti… te conocí hace cuatro años y eras una buena chica.

-Nunca fui una buena chica, Matías. El problema es que todos piensan eso de una mujer cuando se queda callada mientras los demás gritan – bebe de su botella sin dejar de mirarlo y luego se echa un poco de agua sobre la cabeza, mojando su playera -.

“Lo cierto es que cuando las mujeres hace eso, es porque analizan la situación, no porque sean buenas o tontas.

-Ya veo – él trata de apartarse, pero ella lo retiene rodeando su cintura con sus piernas -.

-Mira, tú y yo podemos divertirnos, siempre que no mezclemos nuestros trabajos.

-Ese es el problema, que nuestros trabajos ya están mezclados. Yo soy oficial de policía y tú…

-La mujer líder de la mafia más sanguinaria y temida de Nueva York – le dice con orgullo -.

-Solo tú te puedes enorgullecer de eso – le dice Matías, quitándose las piernas de la mujer y alejándose para tomar sus cosas -.

-Si no te gusta... - pero uno de sus teléfonos especiales la interrumpe y contesta de mala gana -. ¿Quién vive por allá?

-Abbot – le responde esa voz sexi que le encanta -.

-Ok… dame un segundo – mira a Matías y le dice con el tono de jefa que lo vuelve loco -. Tengo trabajo, nos vemos otro día – regresa a la llamada y camina a su oficina -. Habla.

-Necesito toda la información que puedas reunir acerca de dr0gas nuevas en la ciudad…

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