Capítulo 23

Emma se alejó y entró en la cabaña, dejó caer la espalda en la puerta y cerró los ojos. Por unos momentos, deseó no haber salido nunca de Pensilvania, vivir distanciada de la sociedad dolía mucho menos que todo lo que estaba descubriendo desde que había llegado allí.

«Duele porque es tu compañero y hagas lo que hagas y por más que te empeñes en negarlo, no podrás hacer nada para borrar ese sentimiento si no estás a su lado», pronunció en su mente su tatarabuela e interrumpió su momento de flagelación.

—A-ahora no, por favor —balbuceó con la voz entrecortada por aguantar las lágrimas—. Déjame sola.

Endora obedeció, silenció sus palabras. Al menos de esa forma no tendría que avergonzarse por ponerse a llorar.

El plan de ese día sería morirse de frío, de hambre y, para acabar, de tristeza. Las lágrimas ya comenzaban a caer por sus mejillas cuando el fuego de la chimenea ardió sin previo aviso y la temperatura de la cabaña comenzó a caldearse.

—Gracias —pronunció en voz alta, no obtuvo re
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