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—¿Alfa?

—¿Acaso les temen? —me mofé—. Si los niños humanos intentan tocarlos, permítanselo.

La sorpresa de todos hizo reír a Mendel.

—¿Qué te traes, Mael? —preguntó Kian.

Le guiñé un ojo por respuesta y me volví hacia la retaguardia.

—Declan, acércate como estás.

—Sí, Alfa.

—Quiero que los humanos vean que quienes tienen la consciencia limpia no tienen por qué temernos —dije para todos.

El pequeñín pareció darse cuenta que su amigo lobo no estaba allí, pero tal vez no quería pasar por cobarde ante sus amiguitos. Vaciló un momento más y se adelantó hacia Ian, uno de los hermanos de camada de Kian y el más parecido a Declan que encontró. Mendel, Kian y yo reímos por lo bajo al ver que Ian se envaraba cuando el niñito le obsequió una gran sonrisa y se puso de puntillas para palmearle el hocico.

Ian agachó la cabeza y el niño le echó los brazos al cuello. Los otros niños soltaron exclamaciones de miedo y sorpresa. Mientras I

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