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Pasé la mayor parte del día en el campo de entrenamiento, intentando en vano desahogarme. Mandé ensillar mi semental para jugar el papel de paria y que los muchachos practicaran con un objetivo real y móvil. Y mis armas de madera dejaron a más de uno dolorido, porque no me molesté por contenerme al rechazar sus ataques.

—Agradezcan estos palazos en sus lomos —los regañé al oírlos quejarse—. Si estuviéramos en batalla, serían heridas con plata y ustedes estarían retorciéndose de dolor, tal vez tullidos de por vida. Si sobreviven.

Ninguno osó volver a protestar.

Cayó el sol, poniendo fin a otro día de rabia y angustia, lejos de mi pequeña cuando más me necesitaba. Pero no a los sinsabores.

Porque esa noche, cuando al fin pude reunirme con Risa, la hallé débil y temblorosa en su cama, en su habitaci&oac

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