Alaric no podía creerlo. Todo parecía una gran guerra. Había cuerpos por doquier y una muestra clara de que las cosas no estaban del todo bien.
Observó cómo algunos de sus hombres parecían no más que soldados experimentados en una guerra sin fin.
Él no podía detenerse allí. Su teléfono le mostraba dónde estaba Rachel, pero, aunque quería ir con ella, no había venido solo por su mujer. Tenía fe en Misac, quien le había prometido iría por ella.
Y aunque no quería confiar la vida de Rachel en manos de otro hombre, ahora la prioridad era encontrar a su padre, aquel hombre que sin duda haría cualquier cosa para librarse de sus enemigos.
Alaric lo conocía lo suficiente, por lo que sabía que escaparía por el lugar más cómodo.
Recordando cómo Misac le había mostrado los bocetos del lugar en su teléfono cuando supieron dónde estaba Rachel, sabía perfectamente que su padre escaparía de la manera más cobarde.
—¿Sabes a dónde vamos? —Alaric salió de sus pensamientos, observó su teléfono y asintió