EL PLACER DE LA VENGANZA
EL PLACER DE LA VENGANZA
Por: J.C.Castro
¡UN DULCE COMIENZO!

Emely sonrió, mientras observaba atentamente la pantalla de su celular, mordió su labio inferior intentando controlar las emociones que le invadían, tenía la necesidad de poder controlar esas emociones que fluían cuando lo miraba o lo pensaba, si quiera.

Sus pasadas experiencias le traición recuerdos amargos, no era afortunada en el amor, y encontrar a alguien que realmente valorara sus emociones y sentimientos, era muy complicado, gracias a qué la habían lastimado mucho en un par de ocasiones, había jurado no enamorarse, no volver a entregar tan fácilmente el corazón, pero Mateo Larson, le hacía querer olvidarse de todas aquellas promesas, que creía que ya no podría sostener.

Giró su rostro hacia la mesa de noche junto a la cama de su habitación, el florero contenía una docena de rosas, seis blancas y seis rosadas, aquel había sido un gesto muy hermoso, y más porque ella nunca había recibido rosas, y las amaba, amaba el olor, la dulce fragancia que despedían, que Mateo fuese el primero en darle rosas era algo mágico.

Él era un hombre muy dulce, atento y detallista, solía siempre hacer o decir cosas que la hacían sentir cómoda, era bastante dulce con sus palabras, y muy delicado en su trato, era casi imposible no enamorarse de él. Volvió la vista a su celular que volvía a timbrar.

— Cariño, pon pausa a tus estudios y ven a la mesa — La dulce voz de su madre Elene, la sacó de su ensoñación.

— Ahora mismo voy, madre — arrojó el celular a la cama y giró hacia la computadora, dejándo escapar un largo suspiró. Guardó lo que había realizado, cerró el documento, y salió. Su madre la esperaba en la mesa, junto a sus dos hermanos menores, fue al baño para lavar sus manos, al volver a la mesa, les sonrió y se sentó, su madre agradeció y bendijo los alimentos antes de comenzar a comer tranquilamente.

La tarde pasó apresuradamente y cuando solo faltaban veinte minutos para las cinco de la tarde, ya ella estaba lista y nerviosa. Observó su imagen frente al espejo, y sonrió, su cabello oscuro como es azabache llegaba apenas a rozar sus hombros, sus ojos color café, eran hermosos y brillantes, su madre solía decir que brillaban con la inocencia innata de su alma, había salido con chicos antes, pero Mateo era diferente, lo supo desde el primer momento que lo conoció.

Cerró los ojos para recordar ese día. Increíblemente tenían un amigo en común, un amigo por el que Emely, sentía un profundo amor de hermanos, pero que lamentablemente en más de una ocasión había expresado sus fuertes sentimientos hacia ella, sentimientos amorosos que ella no podía corresponder, y estaba segura de que jamás podría hacerlo, para ella era un hermano que la vida le había regalado. Ser la hermana mayor siempre la había empujado a ser la hermana protectora, esa que lucha contra todos por sus hermanos, Elene, su madre, solía decir; "Em, puede perdonar casi todo, pero jamás te perdonará si lastimas a alguno de sus hermanos", y esa frase era muy cierta. Es por eso que Ethan, era ante sus ojos esa imagen de hermano mayor, dulce, bueno, pero sobretodo protector.

Ethan, la había protegido muchas veces, en una ocasión golpeó a un chico que intentaba besarla a la fuerza, su gran estatura de metro ochenta y nueve, solía ponerlo por encima de la mayoría de los chicos de su edad, y aún mayores. Con Ethan, salía a bailar y divertirse, al igual que con Lisbeth, para Emely, contar con ellos dos, era como tener otros dos hermanos mayores, a los que ella cuidaba, y a los que ellos protegían de manera incondicional.

Era una pena, Emely hubiese deseado poder corresponder a los sentimientos de Ethan, él era bueno y la quería realmente, así que lastimar sus sentimientos la hacía sentir muy mal, aunque él asegurase que todo estaba bien, y que el tiempo le ayudaría a superarlo.

Eso esperaba.

Siguió recordando aquel día. . .

Emely, llegó a la plaza a reunirse con su amigo Ethan y lo vio en compañía, solo que no le dio importancia, pero cuando vio a aquel chico, su corazón dio un pequeño salto, nunca antes le había sucedido algo como aquello, es como si por algún motivo quisiera salirse de su pecho. Luego comenzó a latir desbocado, sus manos temblaron y su cuerpo se estremeció cuando tus grandes ojos marrones se posaron en ella.

¡Oh, que ojos tan hermosos!

Son claros, bellos, limpios, sin maldad, sin egoísmo, son buenos, es así como ella pudo verlos. Unos enormes ojos marrones fijos en ella.

Sin pensarlo, se arrojó a los brazos de su amigo y dejó sobre su mejilla un cálido beso, él me estrechó con fuerza. No esperó ser presentada, era una persona sociable y muy amigable, aunque en aquel momento se sentía un poco cohibida, no reprimió sus instintos. Se inclinó y besó la mejilla masculina de su amigo y la de otro chico que los acompañaba.

— Mucho gusto, soy Emely— dijo dulcemente mientras sonreía. Aquellos hermosos ojos seguían clavados es ella. Inmediatamente lo supo, en ese momento intuyó que su vida cambiaría.

Emely, abrió los ojos volviendo a la realidad. Sonrió a su reflejo pensando en que había tenido razón, su vida comenzaba a cambiar. . . gracias a él.

Cuando llegó a la plaza, Mateo ya la esperaba, la tomó entre sus brazos, estrechándola de manera calurosa.

— Hola, estás muy linda.

— Gracias— le respondió sonrojada.

—Traje ésto para ti— ella se sintió feliz, los detalles de Mateo la hacían sentir muy especial, él le extendió un hermoso perro de peluche, con su gorrito rojo y enormes ojos café.

—Es hermoso, muchas gracias — responde tomándolo y depositando un beso en la mejilla de él — Es precioso, Mateo. Siempre quise uno como éste.

—Entonces me alegra ser yo quien te lo de.— le regaló una enorme sonrisa.

—Le llamaré, Theo— dijo sonriendo — en honor a ti, un diminutivo de tu nombre.

—Gracias, es como si de hoy en adelante yo te acompañará siempre.

— Lo cuidaré mucho, de nuevo gracias, sabes que no es necesario que me compres cosas, amo los pequeños detalles que puedas darme, y son precisamente detalles que no compras con dinero.

—Lo sé, eres muy dulce— le acarició la mejilla con ternura — pero lo hago con gusto, me alegra llenarte de detalles y ver cómo se iluminan esos preciosos ojos tuyos, eres hermosa.

—Realmente no lo soy — sonrió— Camille, ella es la belleza de la familia — dijo, refiriéndose a su hermana menor.

—Para mi, no existe nadie que iguale tu belleza, porque no eres hermosa solo por fuera, sino que tus sentimientos son más bellos. Eres una belleza completa, interna y externamente.

—Gracias, Mateo.

—Estoy enamorado de ti, Emely. Te amo — dijo con una enorme sonrisa, mientras acariciaba su mejilla con dulzura, el corazón de ella se detuvo, al igual que su respiración. Aquellas eran palabras profundas.

Tuvo un terrible miedo y no pudo evitarlo. Tuvo miedo a enamorarse, ya lo había estado anteriormente y aunque fue bonito cuando comenzó, al final terminó con el corazón roto, llorando y sufriendo los estragos del amor en su vida.

Tuvo miedo de que él fuese igual, tuvo miedo de que la lastimaran. No quería confiar, pero con cada día que pasaba él le robaba un poco de mi corazón. Creció el cariño, creció la necesidad de verle y tenerle, pero también creció con ellos el miedo. Miedo a tenerle y perderle. Miedo a entregar el corazón a la persona equivocada, miedo a que la hiciera sufrir y sólo cerraba los ojos y le pedía a Dios que la ayudara a confiar nuevamente, necesitaba confiar.

Quería creer en él.

Quería amarle, así como el decía amarla.

Quería que el miedo se fuera y entregarle su ser.

Mateo, percibió su turbación y la abrazó, transmitiendole calor, ella tembló internamente ante la sensación de protección que la embargó. Mateo, se alejo un poco y la miró a los ojos.

—Te amo— repitió suavemente antes de inclinarse sobre ella y comenzar a besarla, sus labios se movían insistentes sobre los de ella, sin embargo Emely estaba paralizada.

Allí estabas él intentando que correspondiera sus besos, y Emely sintiéndose terriblemente avergonzada, había pasado tanto tiempo desde la última vez que había besado, que temía hacerlo mal, se imaginó que quizás estropearía el momento, que chocaría sus dientes, que estornudaría de los nervios.

Sentía que tenía que ser perfecto y no quería estropearlo.

De pronto los hermosos ojos de él, se cargaron de tristeza y ella no pudo evitar sentir que lo estaba lastimando.

No quería hacerle daño, porque ella también necesitaba aquel beso. No pensó que ocurriría, pero Mateo la miró y se giró para marcharse, y ella por primera vez en mucho tiempo se sintió segura de lo que quería.

Lo tomó del brazo y lo hizo volverse, quedando frente a ella y sin pensarlo más se arrojó contra su boca.

¡Si!

Era justo como lo había soñado; labios gruesos, carnosos, suaves y terriblemente deliciosos. Aquel era un gran beso, se olvidó de la vergüenza y lo besó.

Lo besó como si se le fuese la vida en ello, rogó porque fuese perfecto, era uno de esos besos que no quieres que acabe.

Escuchaba cómo su corazón golpeaba con fuerza.

Las personas transitaban por la plaza,

Pero no quería escucharles quería quedarse besándolo. Si era posible, quería vivir besándolo siempre.

La masculina lengua se deslizó en su boca y se estremeció, mientras ambas lenguas se encontraban ansiosas, en una sensual danza de placer dónde eran precisamente sus lenguas quienes dictaban su propia danza, inventaron sus propios movimientos, mientras que ella totalmente ansiosa se abrazaba a él.

¡Oh, que boca la tuya!

Al separarse, él la miró sonriente y ella sintió que la vergüenza cubría su rostro, pero él volvió a besarla. Un beso más rápido y menos intenso. Luego rió feliz, le besó la mejilla y se marchó, no antes de decirle.

—Eres todo lo que quiero en este mundo, Em, nada más — dejó un beso en su frente y comenzó a caminar, con una enorme sonrisa en su rostro.

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