SARA.
Me había quedado congelada cuando Adam cerró la puerta, y aunque no lo quisiera, este beso en la frente, me había dolido más que el día en que me dejó en la calle.
Me senté en la cama y agarré mi cabello.
Ya teníamos dos semanas en esta isla. Adam había progresado increíblemente con Liam, y yo ya podía ver en los ojos de mi hijo, como nacía una adoración para con su padre.
Era inevitable no sentir cierta culpa por mucho, pero a la vez había una sensación en mi pecho que quería mandar todo al carajo, incluso a mí misma para dejar de colocarme muros.
Me levanté para ver la cama cuna de Liam, y sonreí cuando estaba profundo en sus sueños. Casi todos los días se dormía en el pecho de Adam, y literalmente agotaba hasta su último aliento cuando solo quería jugar con él.
De un momento a otro, él se removió, pero se acomodó hacia un lado, y decidí mirar hacia la terraza para ver que Adam comenzaba a correr alejándose de la casa.
Había mucho que sanar, pero, también mucho que podía