SARA.
Eran las seis de la mañana cuando aterrizamos. Nunca había venido a Hawái, pero sabía que tenía su propio aeropuerto internacional en el lado oeste.
Liam estaba completamente dormido cuando nos bajamos. Un auto largo estaba esperándonos, y recibí a mi pequeño cuando nos subieron al auto.
Noté como Adam hablaba con un grupo de gente. Como si les diera instrucciones, y luego vi cómo sacó su billetera y le pagó a un hombre colocando la mano en su hombro.
Me recosté en el asiento y cerré los ojos.
Aún no podía asimilar toda la información de golpe, y más que rabia, sentía mucha decepción por la gente que nos rodeaba.
Todo había sido un ciclo que no se cortaba, personas lastimadas a lo largo del tiempo y asesinadas por dos hombres que, desde mi percepción, eran malos.
Miré a Liam y de cierta forma me sentí tan culpable. Porque, aunque Adam no tenía excusa, yo le había privado a mi hijo esta oportunidad de tener a su papá desde que nació, pese a todos los problemas que hubiese a mi al