El ritmo de mi corazón ya de por sí era acelerado, pero aquella pregunta suya en tono pícaro hace que sienta que se me va a salir del pecho, a la vez que mi garganta se cierra, dejándome muda e incapaz de emitir sonido alguno.
—¿Emily?
Junto las fuerzas para responder, aunque aterrorizada de lo que dirá a continuación.
—¿Sí?
Ríe y eso me genera otra ola de estremecimientos.
—Puedes venir a dejarme las llaves si quieres, como prefieras tu. Estaré en casa hasta las diez de la mañana del domingo y luego me iré al aeropuerto. Te espero una hora antes más o menos.
—Bueno.
¿Y ahora cómo demonios se supone que llegue ahí si mi actualidad es ser una versión bizarra de Rapunzel, pero con un pelo espantoso?
—Descansa, Emily.
Lo dudo mucho.
—Igualmente, costillas.