El abogado Adriano y su esposa Fiorela habían regresado ya de su luna de miel porque el embarazo de ella ya estaba muy avanzado.
La joven oriental se veía bella con su pancita de embarazada. A sus pasados ocho meses, ya no podía moverse tanto, además estaba muy sensible y por todo lloraba.
— Cariño, mis padres vendrán a comer hoy, quieren traer unas compras que hicieron para la bebé.
— Que bien, estaré encantada de recibir a mis suegros, le pediré al chef que cocine algo especial hoy. El paladar de tu padre es difícil de complacer.
— Ya no lo es tanto, ahora ya dejó de ser tan exigente con las comidas. Por cierto, estaré trabajando en unos documentos en el despacho, si necesitas algo solo ve a llamarme. — El apuesto hombre dió un beso suave a su esposa y otro a su barriga.
Fiorela había sido tan feliz al lado e Adriano todos los meses que estuvieron viajando. Ese hombre conocía prácticamente todo el mundo. Tenía mucho que enseñarle y ella mucho que aprenderle.
(...)