Capítulo 3

El primer beso no se da con la boca, sino con la mirada

"Tristan Bernard"

Michael caminó hacia el pueblo, no tenía otra opción, tenía que actuar normal para no llamar la atención del sujeto, cuando estuvo a cierta distancia pudo darse cuenta de que ya no lo estaban siguiendo. Meditó unos minutos... si no iban detrás de él entonces era a la baronesa a quien estaban vigilando, pensó Michael, para constatar su teoría decidió devolverse por otro camino hasta la casa de Theresa, cuando llegó se ocultó entre las sombras de los árboles que daba justo delante de la casa no podía correr el riesgo que alguien lo viera, se quedó allí esperando que el bandido mostrara su escondite.

Al cabo de unos minutos el hombre ajeno a que alguien lo vigilaba, salió de su escondite al ver que las mujeres no saldrían nuevamente de la casa, se relajó y prendió un cigarrillo, Michael Aprovechó esa oportunidad para acercarse sigilosamente y en cuestión de segundos tomó al sujeto del cuello y sacó un puñal que llevaba oculto en la cintura del pantalón y lo llevó a la yugular del rufián.

— ¿Qué estás buscando aquí?

Michael no pudo ver la expresión del malhechor, pero estaba seguro de que estaba perplejo al ser sorprendido, infraganti.

— ¿Qué haces aquí? —Repitió — Apretándole más el puñal en el cuello.

— Yo solo pasaba por el lugar, y me detuve un rato para fumarme un cigarrillo y descansar del camino — Dijo el hombre asustado.

— Mientes... La mentira hace que me enfade y eso creo que no te conviene... ¿Qué estás buscando aquí, quiero toda la verdad?

— Estaba cuidando a la Baronesa.

— ¿Quién te envió?

El hombre esperó unos segundos para hablar, pero luego lo hizo atropelladamente:

— Me envió el Barón de Lexinton, solo desea saber que su esposa esté bien.

— ¿Ella sabe que tú estás aquí?

— No, ella no lo sabe.

— ¿Por qué te envió a ti y no vino él mismo?

— No lo sé, yo solo cumplo órdenes... No me mate, yo tengo una esposa y un bebe en camino, le juro que mi intención no era hacerle daño a la Baronesa.

— ¿Cómo te llamas?

— Me llamo David.

— Te voy a proponer un trato David.

— Lo que usted diga mi señor.

— Te dejaré ir, pero no regresarás a darle ningún tipo de información a Lexinton porque si lo haces... Lo sabré y no me dejarás otra opción que ir a buscarte y no tendré más alternativa que matarte — Michael apretó el puñal contra su yugular, cortándolo un poco, dejando claro que iba en serio.

El hombre chilló de terror.

— No diré nada, se lo juro... No va a volver a saber de mí.

— Es lo más inteligente que puedes hacer David.

Michael lo soltó de golpe y el hombre corrió sin mirar atrás como alma que llevaba el diablo.

Después de despedirse, Theresa entró a su casa y se sumergió en una frenética actividad, inició con Jenny las primeras lecciones de cocina, hicieron bollos, galletas de coco, y crema de avellana. Ya en su cama rememoró todo lo que había ocurrido en su primer día como una mujer libre y estaba extasiada, nunca había disfrutado tanto, lo único que la incomodaba era él, no le gustaba para nada las cosas que la hacía sentir, no quería que nada perturbara su paz, y Michael la hacía sentir en tensión, esos cosquilleos extraños en su piel que por cierto no los había sentido antes, la hacía sentir débil y si había algo que nunca quería experimentar era sentirse así. Después de tanto dar vueltas al fin logró conciliar el sueño

Se despertó sobresaltada, desorientada por un momento. Luego se incorporó y observó por la ventana que ya se presentaba un nuevo día. La mañana era tranquila, apacible, bella, y ella tenía una nueva vida que comenzar.

Se levantó llena de entusiasmo, era su primer día en donde experimentaría realmente lo que era ser una mujer que podía valerse por sí misma <<Una mujer independiente>> se dijo

mientras se miraba al espejo. Para la sociedad a la que ella pertenecía era algo terrible que un noble trabajara; el que lo hiciera una mujer era una completa abominación, la emancipación era para mujeres libertinas, casi que dé la mala vida, pero con todo lo que había vivido, lo que la gente pensara es algo que dejó de importarle hace mucho tiempo atrás, solo ella conocía el infierno que tuvo que pasar y ningún aristócrata le tendió la mano, tan solo su hermano es quién estuvo con ella en los días más oscuros de su vida; la opinión de Andrew era la única que contaba para Theresa.

Después de darse un largo baño se vistió con un vestido verde oscuro que realzaba la blancura natural de su piel, y se recogió el cabello, dejando sueltos unos cuantos mechones rizados; ella procuró cuidar mucho su aspecto esa mañana, lo hacía por ella y por nadie más.

— Buenos días Jenny.

— Buenos días Milady.

Theresa miró hacia la mesa asombrada.

— ¿Qué es todo esto?

— El desayuno — dijo la doncella sonriendo — Debe comer muy bien... lidiar con niños no es algo fácil y menos con el estómago vacío.

— Se ve delicioso... ¿Estos son los bollos que hicimos anoche? — Theresa se sentó en la mesa.

— Si Milady.

— ¿Ya desayunaste?

— Todavía no.

— Entonces lo justo es que me acompañes.

— ¿Está segura?

— Completamente, ya te he dicho que no estás aquí en calidad de criada, sino para ser... mi dama de compañía.

— Pero yo no soy una señorita de buena cuna, tan solo soy una chica de pueblo.

— Tranquila que yo te enseñaré todo lo que necesitas para ser una dama... ven mujer siéntate que yo no puedo comer sola todo esto.

Jenny se sonrió y se sentó.

— No sé hasta qué hora estaré en la escuela, pero si llego temprano me gustaría seguir con las lecciones de cocina.

— ¿Qué desea hacer?

— Me encantan los dulces... ¿Sabes hacer algún postre delicioso?

— Mi abuela me enseñó a hacer un pastel de manzana muy rico.

— Perfecto, entonces haremos ese pastel... De imaginármelo se me hace agua la boca.

Después del desayuno, Theresa se despidió de Jenny y salió rumbo a la escuela, a medida que se acercaba, sus nervios aumentaron ante la expectativa.

Cuando llegó apenas podía reprimir el nerviosismo.

Una mujer de mediana edad, menuda, de cabello castaño, surcado, con unos ojos llenos de amabilidad, la recibió

— ¿En qué puedo ayudarla?

— Soy Theresa Weymouth... — Una de las cosas que se había determinado era no seguir usando el título de ese hombre, quería romper cualquier vínculo con él —El Señor Asthon me está esperando.

— ¿Theresa Weymouth?... que extraño él nos advirtió de la llegada de la Baronesa de Lexinton pero de nadie más.

— Soy yo — contestó incómoda.

— ¿Es usted?

Theresa asintió

La mujer la miró apenada y se disculpó de inmediato.

— Lo siento, Milady no sabía...

— Por favor dígame Theresa.

— Mi nombre es Clara y soy una de las maestras.

— Es un placer conocerla.

— Lo mismo digo — la mujer le mostró una cálida sonrisa — Michael no se encuentra, pero me encargó que la ubicara de ayudante de la señora Madison, la maestra de los niños más

pequeños.

Theresa sonrió emocionada y sintió un poco de alivio al saber que él no estaba.

— Venga conmigo querida.

La escuela quedaba en la propiedad de los Condes de Blackfort.

La Señora Clara la acompañó hasta el primer salón donde se encontraba la maestra Madison, ella era una mujer alta de cabello castaño rojizo y ojos grises, a Theresa le pareció que rondaba los sesenta años, a simple vista se podía apreciar que era recatada, impoluta y aristocrática hasta la médula, una de esas damas desafortunadas que no tienen ni un penique y se ven obligadas por las circunstancias a trabajar para vivir así como ella.

— Señorita Madison, ella es Lady Theresa y desde ahora en adelante su nueva ayudante.

Una cálida sonrisa se dibujó en los labios de la mujer.

— Bienvenida, la estábamos esperando.

— Gracias, son ustedes muy amables.

— Bueno, mis amores tengo que retirarme... Theresa la dejo en excelente compañía.

— Gracias, señora Clara.

— Nada de señora, eso me hace sentir vieja, Clarita es mucho mejor.

— De acuerdo entonces será... Clarita.

— Ves, así me gusta, mucho mejor — Dijo la mujer mientras se retiraba.

La Señorita Madison le tomó la mano y la llevó al medio al del Aula.

— Es hora que estas criaturitas del Señor te conozcan — Le dijo en tono de confidencia.

— Estoy un poco nerviosa.

— Tonterías... Ya verás que estos pequeñines te van a recibir muy bien.

La maestra hizo la debida presentación a los niños, quienes saludaron a su nueva maestra con efusividad.

Para Theresa todos los chicos le parecieron adorables; también los ayudó con sus tareas y ellos se sintieron muy a gusto a su lado.

 Theresa se dio cuenta de que el rostro de su compañera se había vuelto un poco pálido y tenía una expresión de cansancio, cuando arreglaban el salon de clases.

— ¿Se encuentra usted bien? — Preguntó con curiosidad.

— La verdad... no querida, anoche no pude dormir debido a una terrible jaqueca.

— Si usted quiere yo puedo terminar aquí y así va usted a descansar.

— No quisiera abusar en tu primer día aquí.

— No es ningún abuso, realmente usted se ve muy cansada y no me molesta ayudarla.

La Señorita Madison se acercó y le tomó las manos.

— No sabes cómo te lo agradezco.

— No tiene nada que agradecerme, ahora somos un equipo y puede contar conmigo para lo que sea... así que vaya tranquila y descanse ¿De acuerdo?

La mujer asintió con la cabeza.

— Así lo haré querida.

Después de acompañar a la Señorita a la salida de la escuela, Theresa se devolvió al salón para terminar de arreglar las mesitas y las sillas, estaba concentrada cuando una voz ronca y aterciopelada la distrajo.

— ¿Interrumpo? — Preguntó Michael.

La cálida sensación de su presencia la envolvió. Él estaba allí, de pie frente a ella, a muy pocos metros de distancia, los dos solos. Aquel día iba vestido con relucientes botas de caña alta, ceñidos pantalones color beis que marcaban sus poderosos muslos, chaqueta azul oscuro y un chaleco a rayas azules y grises que contrastaba maravillosamente con el color de sus ojos.

La verdad, era muchísimo más guapo de lo que convenía, en ese momento le regaló una bella sonrisa que hizo su estómago se encogiera.

_ No, ya... he terminado. 

_ ¿Cómo estuvo su día?

_ Excelente, son unos niños maravillosos.

Él sonrió durante mucho tiempo, en sus mejillas aparecieron los hoyuelos endemoniadamente seductores.

_ ¿Puedo hacerle una pregunta? _ Dijo mientras apoyaba su cadera en el escritorio de la señorita Madison y cruzaba los brazos a la altura del pecho.

_ Si claro.

_ ¿Por qué hace esto?

_ No entiendo su pregunta.

_ ¿Por qué está usted aquí sola en Sussex y haciendo esto, su esposo es un hombre muy rico, a usted no le debe faltar nada?

Esa pregunta la pilló desprevenida, unas hojas que tenía en sus manos se cayeron al piso, ella se agachó para recogerla, él también se inclinó para ayudarla y en ese momento sus miradas se encontraron y algo ardió dentro de ella. No entendió por qué de repente sintió que le faltaba el aire. La mano de Michael estaba sobre la suya, sus dedos eran largos y bronceados; ninguno de los dos se movió mientras la mirada de él bajó lentamente hasta su boca. Y un deseo nunca antes experimentado se abrió paso dentro de ella.

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