Álex se encontraba en lo alto de la mansión Harlan, observando el caos que se desarrollaba abajo.
En la calle, divisó a Marco corriendo como si llevara al diablo pisándole los talones.
Pero eso no era asunto suyo.
Sí, Marco había estafado a los Lancaster, pero Álex ya les había advertido. Ellos decidieron no escuchar. Permitieron que sucediera.
Su tiempo estaría mejor invertido en sus propios objetivos: encontrar más dinero, asegurar más elixir, subir de nivel.
Se avecinaba una batalla, y el enemigo de sus padres no esperaría para siempre. Avanzar con cautela era el único camino.
Un repentino zumbido de su teléfono interrumpió sus pensamientos.
—¿Álex? —sonó la voz familiar de Ruth, la directora del orfanato.
—Hola, Ruth. ¿Todo bien? —preguntó.
—¿Estás en Vancouver?
—Sí. ¿Necesitas algo?
Ruth suspiró audiblemente.
—Josefina está en Vancouver por negocios, y ahora está perdida. Se le acabó la batería del teléfono y no puede encontrar el camino de regreso. ¿Podrías ayudarla?
—Por supuest