Abigail se trasladó al rancho familiar para acompañar a su madre en sus últimos días. Allí conoció a dos hombres, uno de ellos amable y encantador.El otro, Edward Carter...un patán que no perdía oportunidad de humillarla. Pero este tenía sus razones para odiarla. Se mantenía lejos de las mujeres debido a su pasado y Abi le hacía sentir cosas que pensó nunca sentiría de nuevo. Por eso humillarla parecía la forma ideal de mantenerla lejos.Cuando el peligro se cierne sobre Abi, Edward hará todo para mantenerla a salvo, incluso amarla.
Leer másAbi, tenía cinco años cuando comprendió el verdadero significado de la palabra soledad. Su abuela una mujer de unos sesenta años era estricta y su madre apenas pasando los 30 era ya más adulta que niña por lo que las tardes de juego eran en compañía de sus niñeras. Una vida solitaria y deprimente, pero, como era tan pequeña nunca sintió que ese algo, ese no tener más niños cerca, fuese algo negativo. En su pequeña cabeza, ella sentía que el mundo se reducía únicamente a los habitantes de su casa y como era una inmensa mansión, nunca tenía tiempo de aburrirse.
Muchas veces amaba ser la única niña pues le consentían mucho, otras veces cuando anhelaba más compañía de edad similar, resultaba realmente desolador. Porque al cumplir cinco años, escuchó a una de las sirvientas hablar de sus hijos, ahí supo que había otros niños ahí fuera. En casa no había televisores, radios, nada que le mostrara a la pequeña niña algo sobre el mundo de fuera.
Al cumplir los doce años le regalaron una televisión, ya era juiciosa para saber qué ver o no y pasar horas mirando cortos animados, era todo para ella. Una tarde pensaba en aquella especie de cautiverio, pensaba en su abuela y en que no es que no fuese cariñosa, pero le prohibía cosas que a veces ambicionaba. Amigos, una escuela normal, un padre, hermanos.
Cada vez que le pedía a su mama un hermano los ojos de su abuela abandonaban la calidez usual. Solo entonces sentía miedo. Con el paso de los años, Abi sentía que entre su abuela y su madre había un terrible secreto cuando al acercarse a hurtadillas a la biblioteca las escuchaba susurrando, en la cena se lanzaban miradas cargadas de secretismo y por miedo a resultar castigada, mantenía silencio.
Quería irse, eso lo decidió a los quince años, mientras miraba una película de amor, sabía de alguna forma que, si no dejaba aquella vida, no conocería nada de eso que quería. Pero fue cautelosa, su abuela era buena pero peligrosa, era una mujer con una violencia interna impresionante. Pero a pesar de querer marcharse era lista y objetiva, a esa edad sus oportunidades de alejarse, siendo menor de edad, sin haber acabado sus estudios y sin dinero, serían nulas. Así que empezó a ahorrar, dinero que le daba su abuela dinero que guardaba bajo su cama. Una mañana su abuela la encontró guardando el dinero, sacó la faja y la golpeo, Abi acabó confesando todo y la paliza, esa le valió varios días en cama sin moverse y su madre, no fue a verla ni una sola vez.
Con el paso del tiempo aprendió a observar y callar, intentando sacar sus propias conclusiones. El verano que su abuela enfermó, Abi comprendió que fuese cual fuese su secreto lo llevaría con ella al otro lado. Y odiaba a la vieja mujer, también la amaba y esa combinación de sentimientos, eran lo que la tenían mal, cuando supo de la enfermedad de su abuela.
Unos meses después del diagnóstico la abuela murió y su madre fue a visitar al médico, quien le confirmó el mismo padecimiento. Durante un par de años se mantuvieron positivas pues Amelia respondía bien a los tratamientos. Tenían suficiente dinero para no preocuparse de nada y se dedicaron a estar en casa tranquilas. Sin embargo, ese positivismo murió al tercer año cuando las cosas empeoraron.
Con 21 años Abi comprendió que su madre estaba pronta a morir. Frente a su madre actuaba con serenidad y ecuanimidad, pero en su habitación dejaba que sus sentimientos saliesen a flote. No quería que muriera, porque su mamá era buena, sí…quizás nunca evitó los regaños innecesarios que vivió con su abuela o ni siquiera la defendió el día de la paliza, pero entendía que, como ella, su mamá era una víctima de un régimen de terror impuesto por Nana.
Una tarde, mientras tomaban café, Amelia sorprendió a Abi con una extraña petición. Deseaba morir en la finca familiar.
—No lo comprendo mamá, apenas si mencionaban ese lugar, ahora deseas ir a pasar tus últimos meses allá. No me malinterpretes, que sabes que tu bienestar es lo primero para mí, pero me siento confundida.
—Cometí muchos errores en mi vida Abi, olvidar esa propiedad fue uno de ellos. Sabes cómo era tu abuela y a ti solo te golpeó una vez, yo viví así por años mi amor, pero ahora que no está, he decidido que tú, más que yo, necesitas trasladarte a ese lugar.
—Mira, si es lo que quieres no te llevaré la contraria, lo único que importa es que estés feliz.
—Cerraremos esta casa indefinidamente y ya cuando yo falte, decidirás que hacer con ella.
—De acuerdo. No me gusta mucho que digas que cuando no estés decidiré.
—Abi, cariño. Mi enfermedad no tiene cura, no vivas aferrada a eso mi amor porque va a destruirte. Debes ser feliz y vivir tu propia vida.
—Te amo, mamá.
—Prepara toda tu ropa y pertenencias personales, la casa está equipada con todo, no es necesario nada aparte de nuestras cosas.
—Bien, lo primero que haré será ir al centro de la ciudad. Necesito algunas cosas de la farmacia.
—Envía al chofer.
—Madre, la abuela murió hace bastante y desde entonces hago las cosas por mí misma. Odiaba ser tratada como una delicada mariposa. Me hizo tener licencia, pero no me dejaba conducir, el primer viaje fue interesante, pero comprendí, que soy capaz de hacer cosas por mí misma.
—Lo siento hija, es la costumbre, supongo. Me alegro de saber que puedes hacer cosas por ti misma y que, aunque nunca fui una ayuda real, eres capaz de sobrevivir.
Fue tras salir del almacén que presenció la tragedia que cambiaría el resto de su vida. Y aunque la policía les aseguró que estarían seguras y a salvo, Abi supo que nada nunca volvería a ser igual. Y amaba tanto su libertad, que saber que por un tiempo su vida y la de su madre dependían de su habilidad para ocultarse, hizo que sintiera ganas de llorar.
Edward se quedó en casa de Abi durante unas horas, pero tenía que irse a trabajar. Intentó entrar al cuarto de Abi, pero le había puesto seguro. Abi le quería fuera y no lo permitiría.—Déjame entrar o tiro la puerta.Para su gran sorpresa, Abi abrió la puerta y se arrojó a sus brazos. Edward la llevó dentro de la habitación y se sentó con ella en la cama. Durante unos minutos simplemente lloró.—Cariño, lamento muchísimo todo lo que está sucediendo, deberíamos estar de fiesta, vamos a casarnos en poco tiempo.
Una vez en la casa Abi se acostó a descansar, Doña María estaba en la cocina preparando la cena para todos.— la hija de Tom es toda una preciosidad.— ¿La hija de Tom? ¿Dé que hablas?—Pensé que…—Explícate.—Yo trabajaba para tus padres en la época en que Amelia venía aquí. Yo los vi a ambos juntos en varias ocasiones, su roma
Abi se despertó sobre un pecho musculoso, una mirada a su alrededor le indicó que ambos estaban sobre la alfombra, totalmente vestidos y bajo su manta afgana. Quizás fue doña María quién les cubrió. Su estómago rugía del hambre así que fue a la cocina.Edward estaba tan cansado que no se dio cuenta de su ausencia. La anciana estaba viendo su novela, pero apenas ella entró apagó el televisor.— ¿Cómo estás mi niña?—Cansada pero hambrienta, imagino que Edward tendrá hambre cuando se levante.
Había pasado un mes desde que Abi le dijo a Edward que iba a olvidarle. Él había hablado con Alex pues seguiría visitando a Amelia, no iba a renunciar a Abi tan fácilmente, le daría tiempo para sanar e intentaría ganarse su corazón.Abi se mantenía distante, saludándole cordialmente, pero nada más. A pesar de todas las cosas, había algo bueno pues Amelia estaba más estable. Por ello fue enviada de nuevo a Boston para que le practicaran unos exámenes rutinarios. Abi había conversado con el médico de su madre quién le había dicho que eran necesarios. Además, así revisaría el tratamiento y añadiría algo para el vómito.
Intentó hacer el viaje con la mayor delicadeza, Abi estaba muy pálida. Continuó hacia el hospital dónde tenían la máquina para realizar una tomografía computarizada de la cabeza, aunque ella le hablara con coherencia, no pensaba arriesgarse. Necesitaba descartar hemorragias y hematomas cerebrales.—Llame a Alex por favor.—Siempre Alex.—Sí. Con él estoy a salvo.Aquello no le gustó nada a Edward, pero no estaba en posición de reclamar. Menos agradable fue ver correr a Alex al
Pidieron una ensalada y pescado. Lo acompañaron con algo de vino blanco y para postre una copa de helado. Abi estaba pasándolo muy bien, Alex era un compañero formidable. Mientras tomaban un café, ella decidió compartir sus secretos.—Eso qué me cuentas es terrible, pero al menos ahora lo sé, si esos sujetos vienen por aquí, van a arrepentirse.—Me preocupa mamá, todo este asunto le genera estrés.—No pienses así. Voy a estar a tu lado mientras me lo permitas. Has sido honesta conmigo así que yo también he de serlo. Me gustas muchísimo Abi
Último capítulo