En la villa de Adrián, Raquel esperaba en la cama a que su hombre terminara de ducharse. Se sentía muy ansiosa, respiraba profundamente de forma repetida mientras apretaba sus manos contra el edredón de la cama.

Eventualmente, el hombre salió del baño.

Como siempre, Adrián lucía divino. Su cabello estaba ligeramente húmedo, y sus músculos se ondulaban hasta su esbelta cintura. En lugar de pijama, no llevaba nada más que una toalla alrededor de la cintura.

La forma en que se paró con confianza junto a la puerta del baño con un apoyo mínimo, casi hizo que Raquel olvidara que tenía un problema en las piernas.

—¿Entonces, cuál es la sorpresa? —preguntó Adrián, su voz sonó muy seductora en opinión de Raquel.

—Esta es mi sorpresa —respondió ella.

Se dio la vuelta de forma seductora, dándole al hombre la vista de su espalda, subió a la cama a gatas, y al hacerlo, su vestido para dormir se levantó hasta sus glúteos. Cuando sintió el aire frío de la habitación contra su intimidad, supo que le