XXXIV. Una verdad inquietante

Pero su búsqueda había sido infructífera; había llegado en la mañana del día siguiente a su hogar, y aunque no tenía un ápice de cansancio físico, estaba mentalmente agotado. Recorrió en vano todos los recovecos de la ciudad que pudo en lo que quedaba de la noche, y apenas logró llegar a la mansión con la leve luz del amanecer.

Caminó hasta la entrada de la mansión, cubriendo su cabeza del sol con el sobre todo, y entró con paso rápido. Estando a salvo de la luz, se quitó la prenda que lo cubría para seguir su camino de frustración hasta su habitación, pero cuando se disponía a tomar las escaleras, una figura familiar emergió del piso superior.

- ¡John, hombre! – Exclamó con alegría al encontrarse a su antiguo compañero, quien estaba cabizbajo y con la mirada perdida. – Que bueno

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