Capítulo 24. El beso de la reina

Una larga caravana conformada por vehículos, camionetas y motonetas cruzó la avenida principal de la ciudad. Y, encima de una tarima con ruedas, se encontraba el capitán Oro completamente atado por un pilar. La gente, al verlo, comenzaron a abuchearlo y lanzarle piedras, pero los guardias reales contuvieron a los espectadores para evitar que se abalanzasen sobre el pirata.

- ¡Que la reina lo mande degollar!

- ¡Maldito pirata! ¡Salvaje!

- ¡Que se pudra en el infierno!

El rey Zuberi, que encabezaba la comitiva, no evitó lanzar un suspiro de agotamiento. Aunque no salió de aquel puerto, sintió tanta tensión que le costó dormir por las noches. Y es que era la primera vez que enviaba a lord Aries a una zona muy alejada del continente, por lo que temía que la comunicación les fallara. Por suerte, la señal emitida desde el barco fue lo suficientemente potente como para lograr una buena conexión sin tantas interferencias debido al factor del ambiente.

Una vez que llegó al trono, vio a su espo
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