2 de diciembre. Mediodía.
Breckenridge.
Killiam Draven
Observo cómo el vapor le roza las mejillas y noto el temblor suave de su respiración. No está bien, pero está siendo honesta conmigo por primera vez desde que me dio esos papeles.
Eso me conforma de una manera rara.
—No quiero que pienses, Killiam —dice ella con la mirada fija en el horizonte— que este lugar… —hace un gesto leve hacia el mirador— o que lo que viví aquí, tienen comparación con lo nuestro. Sé que me estoy repitiendo, pero no quiero que malentiendas mis razones.
Mi piel se eriza al sentir la devoción por lo que tuvimos en sus palabras. Y aunque con lo que me dijo antes, comprendí la verdad, se siente bien que insista en que vea lo que ella.
—Lo nuestro fue lo que elegí —continúa—. Esto… era solo el fondo donde yo no quería quedarme atrapada.
Me inclino un poco hacia ella, lo suficiente para que sepa que estoy aquí, pero sin tocarla porque me lo pidió antes.
—No siento celos de él —digo con voz baja—. Siento celos del