Cuando llamó a la puerta del cuarto de su hija, el rostro de Saulo seguía completamente rojo. Esperó unos segundos hasta que Elisa abrió y lo miró con expresión desconfiada.
— ¿Qué pasa, papá? ¿Todavía sigues así por lo que hablamos? —preguntó, cruzándose de brazos.
— No es eso —respondió él con un