— ¡Rosario, a mi oficina por favor!— Gritó Guillermo.
Rosario se paró y se dirigió hacia la oficina. Al igual que hacía algunas semanas. Aunque esta vez con la diferencia de que miraba al frente y sus compañeras la miraban con mayor respeto. Lucrecia había cumplido con parte de su trato. Parecía ser ella quien manejaba los hilos, valga la redundancia, de la fábrica textil. — Guillermo, ¿Qué paso? — Entra y cerra la puerta— Ni siquiera la miró. Rosario un tanto preocupada obedeció de inmediato. — Toma asiento— Le indicó con su mano sacándose los anteojos. Ella cumplió al instante. &md