Maeve
—Todos, ángel. Todos morirán si solo ponen sus ojos sobre ti. —susurró con una voz ronca, cargada de posesión y protección en una frase que era tanto una promesa como una amenaza.
—¿Podrías dejarte de juegos? —pregunté, mi voz casi una súplica. —No te entiendo... Y no sé si quiero hacerlo...
—No son juegos, nada contigo es un juego, ángel.
Su respuesta me envió un escalofrío por la espalda, haciendo que me arqueara presionado mi cuerpo contra el suyo.
Su mano se deslizó suavemente sobre mi muslo, explorando la piel expuesta por la abertura del vestido. Sentí cada uno de sus movimientos como ondas eléctricas que se propagaban por mi cuerpo, haciendo que cada fibra de mi ser se tensara con la necesidad que tenía de él.
—Deja de jugar con la comida, —jadeé, incapaz de contenerme cuando sus dedos se movieron con una lentitud tortuosa hacia arriba, trazando un camino de fuego que amenazaba con consumirme por completo.
Se inclinó hacia adelante, tocando mi nariz con la suya en un gest