Con un gesto casual de la mano, los matones de los Lagos se lanzaron a atacar a Gabriel y Leonardo.
Gabriel permaneció inmóvil, con el rostro inexpresivo.
Leonardo se movió.
Con un solo golpe, hizo que el experto de los Lagos escupiera sangre y saliera volando hacia atrás.
—¿Qué? —los Lagos se mostraron consternados.
Eduardo frunció ligeramente el ceño, observando a Leonardo.
No había prestado atención al ataque anterior.
Sin embargo, este hombre era muy fuerte.
—¿Y tú quién eres? —preguntó, con un tono ligeramente más serio.
—Soy un fiel sirviente de mi rey —respondió Leonardo con calma.
—¿Quién es tu rey? —preguntó Eduardo con sorpresa.
—Leonardo, ¿quién te dio permiso para hablar de más? —dijo Gabriel con disgusto.
—¡Por favor, mi rey, perdóname! —Leonardo se arrodilló sobre una rodilla frente a Gabriel, con un golpe seco.
Esta escena intensificó la sorpresa entre los Lagos.
¡Un experto de tal calibre mostrando una reverencia casi humillante hacia ese joven!
¿Quién demonios era ese