UN DESAFÍO IMPOSIBLE

4 de marzo de 1741 (seis meses antes)

La feroz capitana vuelve casi dando zancadas hasta el puerto. Por suerte para ella, su contramaestre aún no había sido capaz de recuperar el dinero. Le temblaron los pantalones cuando la vio acercarse con las manos empuñadas y el ceño fruncido.

—Heinrik, olvídalo. Nos llevaremos el bote.

—¿Qué? ¿Qué pasó con Portgas?

—No necesito la ayuda de ese inútil —asegura. Se voltea hacia Berry y lo señala con el dedo—. Tú, traza la mejor ruta para poder alcanzarlos. Ya hemos perdido demasiado tiempo.

—¿Alcanzarlos? El fantasma del pacífico es demasiado veloz —refuta. Ella le da una mirada de pocos amigos y él se calla.

Catherine camina; o más bien, corre hacia el bote de vela. Se sube y espera a que los otros tres aborden con ella. Sujeta las cuerdas y suelta los amarres para liberar toda la vela, necesitará todo el viento necesario para alcanzarlos.

De inmediato el bote empieza a moverse, al principio lento, luego va a agarrando velocidad a medida que el viento se intensifica.

—Sirve para algo y ayúdame a remar —reclama a Heinrik. Este traga en seco, sabe que está molesta. Obedece sin chistar y toma dos de los enormes remos que están a cada lado. Cooke y Barry los imitan y comienzan a remar.

El bote avanza a todo lo que da. No es la cosa más veloz del mar, pero tampoco van demasiado lento. Catherine ya ha pensado en un plan para pasar las fauces del kraken sin morir en el intento. Por suerte para ella, el mar no está picado este día, o ni de chiste podría intentar una hazaña como esa.

Sus marinos reman cuanto pueden, e intentan disimular el agotamiento que el esfuerzo les está causando. Pasan dos horas y por fin se comienza a divisar la tan temida zona peligrosa. La capitana se levanta y se apoya en el borde del bote, el viento es tan fuerte que su cabello golpea sus mejillas y no la deja ver con claridad. Echa el pelo hacia atrás y se lo ata con una cuerdecilla que tiene a la mano.

—¿Cómo vamos a pasar eso?

Las fauces del kraken se llaman así porque están justo bajo una barrera de arrecife de coral muy filosa. Ningún corsario o navegante se atrevería a tal locura.

—Dejemos que la corriente nos lleve, empujen con sus remos, y suelta la vela —ordena con seguridad.

—¡¿Estás loca?! Nos atoraremos ahí.

—No si hacemos oleaje, las pasaremos. —La mirada de Catherine es determinante, está decidida a hacerlo sin importar qué.

Heinrik niega con la cabeza, está seguro de que su capitana ha perdido la cabeza y los está condenando a muerte, pero no puede llevarle la contraria, aunque quiera.

El bote empieza a levantar la proa debido a la velocidad que llevan. Cooke y Berry se miran las caras con temor, sin embargo, siguen adelante en la locura a la que ya se embarcaron a hacer.

El bote se acerca cada vez más y empieza a levantarse como si se fuese a voltear, pero no sucede, en cambio avanza cada vez más rápido.

—¡Parece que vamos a lograrlo! —grita Heinrik.

Catherine no puede creer que de verdad vaya a pasar las fauces del kraken. Todo parece ir muy bien, cuando de pronto sienten que el bote roza contra un gran coral que casi sobresale del agua. El bote se detiene de golpe y la inercia provoca que los marinos se vayan hacia delante.

La capitana cae del barco directo al agua. El mar se siente frío, a pesar de ser de mañana, Catherine siente como el poco aire que tenía en los pulmones comienza a escaparse, patalea para intentar subir de nuevo a la superficie. Toma una gran bocanada de aire cuando finalmente logra llegar hasta arriba.

—Mi capitana ¿Está bien? —pregunta Heinrik. Él y los demás todavía están encima del bote, pero por la posición en que ha encallado, no cree que puedan moverlo de ahí.

—Sí, estoy bien —responde. La boca le sabe a sal debido al agua de mar. Las olas la mecen de un lado a otro mientras ella intenta mantenerse a flote. Mira a todos lados y, hacia el sur, logra divisar una de las islas—. Mira —indica con el dedo a su contramaestre—. Lo logramos, llegamos.

Heinrik levanta la vista, al igual que los otros dos y asienten.

—Es usted una mujer muy osada —reconoce Barry.

—Salgan de ahí, no falta demasiado, si nadamos llegaremos.

Los hombres saltan sin dudarlo. Todavía no han salido del peligro, pues el oleaje en esa zona podría ahogarlos, sin embargo, ellos no son ningunos novatos en lo que al nado se refiere. Bracean con todo lo que dan sus fuerzas para salir de las fauces del kraken, hasta que finalmente llegan a la playa.

Catherine se arrastra los últimos tramos de arena que le quedan hasta caer como un peso muerto sobre la arena. Está agotada, y los demás también. Su pecho sube y baja agitado mientras intenta recuperar el aliento.

—No puedo creer que lo logramos —dice al fin Heinrik.

—Todavía no lo hemos logrado. No olvides a qué hemos venido aquí.

Deja pasar unos minutos y se pone de pie de un brinco. El sol ya ha comenzado a secar su ropa, pero aún está muy empapada. La parte de atrás ha quedado completamente llena de arena, pero no le importa. Sabe muy bien que, si su barco está por esos lares, no debe estar demasiado lejos.

—El barco debe estar del otro lado de la isla, mi capitana —indica Barry.

—En marcha, entonces. No podemos perder ni un segundo.

Los tres hombres asienten y se ponen en camino. Será mucho más fácil ir bordeando la costa, además, si se introducen en la selva, podrían perder de vista al barco si es que se les ocurre dar la vuelta por ahí.

Luego de caminar un buen rato, en el que el sol se encargó de dejarlos completamente secos, Catherine logra ver unas velas a lo lejos.

—¡Ocúltense!  —avisa a sus hombres. Ellos obedecen y se esconden entre los matorrales espesos que bordean la costa.

El fantasma del pacífico está bastante cerca de la playa, lo han anclado, pero no parece haber nadie a bordo ni en las cercanías. Hay un par de botes a remo en la arena.

—Mis armas están mojadas —se queja Cooke.

—Usaremos las espadas. Tendrá que ser un ataque sigiloso. Berry, quédate aquí y vigila que no haya más hombres por ahí.

—Sí mi señora.

Catherine, Cooke y Heinrik toman uno de los botes que están en la arena y lo empujan hacia el agua. No les lleva mucho tiempo remar hasta el gran barco en la costa. Dejan el bote a un lado y esperan un momento para tratar de escuchar si hay algún mercenario cerca que los pueda descubrir. Hasta el momento, no parece que nadie vaya a dar aviso.

La capitana toma una de las cuerdas del barco y empieza a trepar por la pared de madera hasta entrar. Cae con un golpe seco de sus botas esperando ver algún hombre, pero no parece haber nadie. Cooke y Heinrik la siguen de cerca.

—Revisen todo, y maten a cualquiera que encuentren.

La chica va de frente a su camarote. Abre la puerta de golpe y ni más ni menos, Arden Tydes está de pie allí, con las manos en alto y la misma sonrisa pícara de la noche anterior.

—Justo a quien quería encontrar —dice ella con los ojos inyectados en furia.

—¡Vaya! Me encontraste, eso sí que no me lo esperaba —admite haciendo una leve venia.

—Eres hombre muerto —amenaza ella y lo apunta con su espada. Arden comienza a avanzar hacia su derecha y mueve los ojos en un rápido vistazo hacia donde había dejado la espada. Ella se da cuenta y salta a atacarlo, pero él es veloz, y logra tomar el arma antes de que llegue la mujer.

El choque de los metales es agudo y resuena en los dientes de Catherine. Se pone en posición de pelea y comienza a realizar estocadas con su espada, mientras que Arden intenta defenderse de sus feroces ataques.

—¿Por qué estás tan molesta? ¿Acaso no te gustó lo de anoche? —cuestiona el pirata en medio de la batalla, soltando las palabras agitado. Ella no le contesta, ruge y lo ataca con más insistencia. Arden se coloca detrás del escritorio y lo empuja contra la pelirroja para desestabilizarla.

Catherine casi pierde el equilibrio, pero lo retoma como puede y vuelve a intentar clavarle la espada en el pecho. Arden la esquiva y hace girar la espada en la suya, se acerca a la mujer y le jala el brazo para sujetar su muñeca. La presión que ejerce logra hacer que Catherine suelte la espada. Él la empuja hacia sí y la pone de espaldas a su cuerpo. Lleva su espada al cuello blanco de la chica y echa su cabeza hacia atrás mientras la sujeta firme por el cabello.

—¡Voy a matarte! —brama ella.

—Yo pensé que te había gustado —dice él, ignorando las amenazas de Catherine.

La capitana intenta zafarse del agarre del corsario, pero no puede. Su respiración roza su oreja y ella siente un cosquilleo difícil de ignorar. No podía negar que hace unas horas había sentido un placer como nunca con ese hombre. Sin embargo, no podía tampoco permitir que se saliera con la suya, la ofensa de robar su barco era algo que tenía que pagar.

—Jamás, ni siquiera lo sentí —miente para hacerlo sentir mal. Arden sonríe y la sujeta con más fuerza. Aún tiene su mano en la espada; así que, con la otra, desliza sus dedos por el borde de la blusa de Catherine. Su busto sobresale gracias al corsé que lleva puesto. Arden roza con la yema de sus dedos la tersa piel de la chica, y ella intenta ahogar un jadeo. No quiere que él sepa que su tacto la hace sentir tan indefensa.

—¿Ah no? —cuestiona con voz pícara. Y sin ningún reparo, aprieta una de las pequeñas tetas de Catherine. Ella cierra los ojos y suspira. Él le da la vuelta y quedan frente a frente.

Catherine aprovecha eso y roza su mano hasta el pantalón del corsario. Sabe que le ha dicho una gran mentira, pues, a través del pantalón puede sentir su gran miembro rozando la tela. Arden deja escapar un gemido cuando ella lo toca, y entonces le da un golpe en los testículos que lo hace retorcer de dolor. Arden se dobla y la suelta.

—No —responde con una risa. Toma la espada que había hecho caer y vuelve a amenazarlo con ella—. No me vuelvas a tocar. Nunca más.

Arden no puede pronunciar ninguna palabra porque el dolor no lo deja. En eso, escucha movimiento fuera del camarote. Sale a cubierta y se encuentra a sus dos hombres amarrando a los tres tipos que estaban con Arden.

—Estos parecen ser todos los que estaban en el barco, mi capitana —informa Heinrik.

—Muy bien. Atenlos con una roca muy grande y póngalos a dormir con los peces.

Los hombres intentan gritar, pero no pueden debido a la mordaza que tienen en la boca. Catherine vuelve a entrar al camarote, solo para darse cuenta de que Arden de alguna forma, ha escapado por la ventana. Corre a asomarse y se da cuenta de que saltó al agua. No llegará demasiado lejos.

—¿Estás seguro de que son todos? —pregunta.

—Sí.

—Encárguense, yo iré a buscar a ese baboso.

La pelirroja vuelve al bote con el que llegó al barco y rema de vuelta a la orilla. Arden nada increíblemente rápido, sin embargo, no lo suficiente. Se da cuenta de que ella lo persigue, así que se apresura a salir del agua y echa a correr.

Se introduce en la selva de la isla y corre como un loco mientras intenta no caer o tropezar con las raíces del suelo. Catherine va determinada tras él esquivando las mismas raíces y ramas. Llegan hasta una especie de ruinas antiguas que están allí hace muchos años.

Arden intenta escabullirse entre las enormes rocas, pero ella es mucho más ágil que él, y no se la puede sacar de encima.

El corsario hace algo estúpido y se sube a una de las edificaciones que parece más completa. Corre escaleras arriba en forma de caracol, cuando llega arriba se da cuenta de que no tiene escapatoria. Corre hasta el límite del lugar, Catherine lo imita y quedan a una altura considerable del suelo.

—Hasta aquí llegaste —sentencia la pelirroja.

—Si me matas, no sabrás por qué robé tu barco.

Esa frase hace dudar un poco a la pirata. Arden aprovecha eso e intenta empujarla para escapar de allí. Catherine se tambalea y la espada se le cae, pierde el equilibrio y antes de caer, logra sujetarse del borde de la edificación. Sus pequeños dedos sufren para intentar sujetarse de ahí, Arden pasa de largo y corre escaleras abajo, dejando abandonada a la mujer.

Una caída como esa sería fatal. Están demasiado alto.

Catherine intenta sujetarse y volver a subir, pero es imposible. Los dedos se le resbalan y en menos de lo que puede procesar todo, cae al vacío. Profiere un grito ensordecedor, está aterrada y su corazón late errático, sabiendo que está ante su inminente muerte. Cierra los ojos esperando sentir el golpe contra el suelo, pero en lugar de eso, cae abruptamente contra los brazos de Arden, quien la sujeta como puede y cae al suelo junto a ella.

De alguna forma, Arden da una vuelta, ruedan por el suelo un par de metros y ella queda en el suelo, y él sobre ella.

El pecho de Catherine sube y baja acelerado, ese ha sido el peor susto que se ha llevado en su vida. Abre los ojos y se encuentra con los de él. Negros y profundos. Arden está sudando y también respira agitado sobre el cuerpo menudo de la mujer.

—¿Por qué me salvaste? —cuestiona ella.

—No lo sé.

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