Capítulo 35
Ginebra
La sensación de sus manos acariciando mi piel es como flotar entre nubes de algodón hechas solo para mí. Con la yema de sus dedos, Max recorre suavemente la línea desnuda de mi espalda, deteniéndose en el cierre del vestido, que retira con delicadeza. Ahora, solo un pequeño trozo de tela me cubre entre sus manos: mis bragas, la última barrera antes de quedar completamente expuesta ante él.
Con un movimiento ágil, Max me gira con cuidado, dejando que mi espalda desnuda repose contra su pecho cálido. Sus labios se deslizan con lentitud, dejando una estela húmeda y eléctrica sobre mi cuello y hombros. Cada beso suyo eriza mi piel, como si me encendiera desde adentro.
— ¿Confías en mí? — susurra contra mi oído, su voz ronca, envolvente, como una promesa oscura y dulce.
Solo puedo asentir, muda, atrapada entre el calor de su cuerpo y el deseo que me recorre como una corriente.
Siento su mano entrelazarse con la mía, y me dejo guiar por él hacia su habitación. Al entrar,