Cada intento de Teo por contactarme a través del vínculo acababa igual, con el eco mudo de algo que ya no existía.
Y fue entonces cuando el verdadero miedo lo golpeó. Corrió hasta el campo de entrenamiento, a punto de perder el control y transformarse ahí mismo, movido por el pánico.
—Necesito ver a Alejandro. ¡Ahora!
El entrenador principal, un lobo anciano que había servido a tres Alfas, lo miró como si estuviera frente a una peste.
—¿Tú eres el Beta Teo? ¿El que va diciendo por ahí que Marcos es su hijo?
El mundo de Teo se tambaleó. Cada vez que había ido allí, había sido para Marcos, para aplaudir sus técnicas, estar en sus ceremonias, presumir sus progresos frente a otros Betas.
Jamás había asistido a un solo entrenamiento de Alejandro.
Ahora todo el recinto creía que Marcos era su único hijo.
—No... —la voz de Teo se quebró—. Marcos es hijo de Sara. Alejandro... es mi heredero de sangre.
La carcajada del entrenador fue como una cuchilla.
—¿Heredero de sangre? Lo dejaste