Derritiendo el corazón del mafioso.
Derritiendo el corazón del mafioso.
Por: Nelsy Díaz
Capítulo 1.

__ No pienso aceptar eso. - dijo Valentina cuando le avisaron de lo que su familia había acordado con los Crown - Ni siquiera pidieron mi opinión. No saben si podría tener novio y ustedes pretenden que me case con...

__ Novio no tienes hasta donde sabemos, así que deja la tontería. - la regañó su madre, siendo apoyada por Larry su cuñado, quien guardó silencio. - Esto pondrá fin a la contienda de familias. Piensa en eso.

__ Pues hay otras formas. No tiene que ser necesariamente un matrimonio conmigo. - se vio enojada con ellos y decepcionada, incluso de su madre de quién ya casi nada le extrañaba. - Si mi papá viviera, no consentiría este arreglo jamás.

__ Pues no está y es justamente por eso que no queremos guerras con nadie. Por eso se han casado tus hermanos y por eso te casarás tú. - atribuyó su madre. Levantó la mano para silenciarla cuando la vio con intenciones de refutar nuevamente. - No se extenderá este tema. Te casas con el hijo de Aarón y ya.

Ni siquiera la dejó terminar de hablar cuando salió dando un portazo en su habitación. Larry le dio una mirada compasiva, un apretón leve en su hombro y salió del mismo modo.

Valentina se dejó caer en la cama. Estaba furiosa. Quiso llorar, pero no le daría ese gusto, pese a que cuando le pidieron viajar a esa ciudad el día anterior jamás creyó que sería para eso.

Había escuchado muchas cosas de los Crown y ninguna de ellas fue agradable. Conocía solo a Aarón y a Luisa, por casualidad, pero su padre le dijo que era mejor no saber mucho de ellos y ahora ¡tenía que casarse con uno de ellos!

¿Que condena estaba pagando para eso?

Renzo le prometió que jamás la casaría con alguien por conveniencia, pero ahí radicaba el problema. Él murió ocho semanas antes y ya le estaban dando una solución a los responsables de su muerte, porque su tío se encargó de que ella los culpara de ello.

No se casaría con nadie, se dijo. Salió esa noche a encontrarse con el único que podría ayudarle. Fabrizio. El enojo no era buena compañía cuando la desesperación llegaba, por lo que cuando llegó al bar donde lo citó, se dispuso a esperar paciente.

Adrián, por su parte estaba cansado de tantas semanas donde el trabajo y los sucesos repentinos de su estresante vida lo abarrotaron.

Escuchar ese "acepto" lo sorprendió hasta a él. Pero la boda concertada ya había sido pactada y no le quedaba más que hacerle frente. El exceso de amabilidad lo llegó a hastiar del hombre que la propuso, por ello abandonó el edificio desde que dijo la palabra que lo condenó.

Necesitaba ahogar el enojo o se desquitaría con quién no debía.

De un momento a otro concilió la esencia floral en la que destacaba el clavel y la gardenia sobre matices de rosa, la notas fueron absorbidas por su nariz al percibir que tal aroma era desprendido por la mujer de cabello dorado a dos lugares de donde se encontraba sentado.

Parecía impaciente por algo, saber leer el lenguaje corporal de la gente se lo hizo saber.

Quiso ignorarla, pero no le fue posible con el tintineo de la pulsera que llevaba en la mano, la cual chocó contra la barra cada vez que la movía.

__ A quien sea que esperes, no llegará más rápido si ves cada dos segundos a la puerta. - exclamó llamando su atención.

Valentina se giró y encontró a un espécimen de porte y altura resaltante en el lugar. Un físico que impresionaría o amenazaría a quien fuera con solo dedicarle la mirada hastiada que en ese momento hundió su estómago.

La boca se le secó. El aire se volvió denso y a su mente le pasaron muchas ideas, cuando lo vio pasar los grandes tragos de licor que vaciaron el vaso. ¿Que le ocurría? ¿porqué tenía esas ideas?

No la volteó a ver totalmente, sino que solo llenó de nuevo el vaso y la ignoró por completo.

Ella hizo lo mismo, odiando la actitud del sujeto. No la conocía para que se atreviera a reprenderla, se dijo.

Pero cuatro horas pasaron y Fabrizio no llegó. Ella en ese tiempo se bebió cinco copas de Brandy y en lugar de calmar las ansias, solo incrementaron. Lo necesitaba, pero no fue capaz de ayudarla como esperó. La decepción fue de muchos ese día.

Ya no sabía que hacía, pero caminó a la zona donde la luz no llegaba casi, donde se sentó, sin saber que en ese bar había una regla referente a ese lugar, pero tener muy poca lucidez la volvió alguien que no pretendía hacerle caso a los reglamentos de una señorita, que según su madre debía seguir en todo momento.

Ahora solo era alguien herido que quería olvidarse de todo. Razón por la cual cuando sintió una tarjeta ser puesta en su mano, se dispuso a leer el número.

Era la llave de una habitación

__ No hables, que palabras es lo último que necesito. - dijo esa voz que se pegó a su oreja, erizó su piel de solo chocar su aliento en ese sitio. - Tú tarifa me la dices cuando las dos horas pasen.

Decir que no comprendía a qué se estaba refiriendo con eso, sería mentira. Claro que sabía. La estaba confundiendo con una dama de compañía, pues era como su padre las llamaba siendo la forma más educada de llamarlas.

Lo peor del caso fue que no quiso ni aclararlo. Era el mismo hombre que ella corrigió antes, podía reconocerlo donde fuera.

Se casaría con alguien que no quería. Su madre la mataría si se daba cuenta de donde estaba. El único en que confió para ayudarla, no asistió a su cita. Sí todos la decepcionaron a ella, ¿porque no hacer lo mismo con ellos?

No tenía caso pensar con quién.

No se negó y solo movió la cabeza en señal de aceptar las demandas del hombre que tomó su mano y la llevó con él por el pasillo que no quiso ni ver, solo con la figura intimidante del hombre de saco oscuro y camisa del mismo color la hizo saber que quizá no saldría viva de ese sitio.

La cuestión era que en ese momento morir o casarse con un tipo que describieron como cruel estaban en el mismo nivel.

Al hombre no le interesó encender la luz y desde que estuvieron en la habitación, se fue contra ella, quien recibió el atropello brusco con sorpresa. Pero los besos feroces la distrajeron de todo razonamiento. Se perdió en las caricias salvajes del hombre que no le tuvo lastima a sus caderas cuando enterró los dedos en ese sitio, subiendo la camisa con la misma fuerza.

La despojó de su ropa en menos de nada, cayendo sobre el hombre que parecía desesperado por obtener más de ella, como también Valentina quería saber si sus límites eran reales.

La invasión en su cuerpo le sacó un grito de dolor, que esté silenció con su boca, en tanto sus músculos se volvieron más rígidos al sostenerla de la cintura y comenzar a moverla a su gusto.

Valentina se vio cegada por el sabor a pecado que había en esas grandes manos, gruñidos roncos y estocadas cargadas de dominio, que no pensó en nada más. Ni siquiera en la forma que saldría de ahí o si iba a salir.

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