Capítulo 8
—Señorita, ¿vino a confirmar la identidad de sus familiares? Le doy nuestro sentido pésame.

El personal a cargo de la confirmación habló con cortesía. Finalmente, ella no pudo controlarse, con lágrimas surcando su cara.

—¡Que sigan buscando! ¡Aumenten la mano de obra para la búsqueda y rescate, tal vez aún estén vivos!

Agarró el cuello del hombre, sacudiéndolo con fuerza, sus ojo mojados en lágrimas ya había perdido toda racionalidad.

—Señorita, ya estamos llevando a cabo la búsqueda y rescate, pero lamentablemente no hay signos de vivos en los restos del avión accidentado.

El hombre intentó a alejarse de ella, pero al verla sumida en el dolor, suspiró y le permitió liberar su tristeza.

La probabiludad de encontrarse con un accidente así es escasa, pero una vez que sucede, casi siempre es una tragedia.

—¡Es imposible!

El dolor en su corazón hacía que fuera casi imposible respirar. Se soltó, abrochándose el pecho, agachándose en el suelo y respirando con fuerza.

Decían que regresarían para celebrar, ¿cómo podían simplemente desaparecer así?

A lo lejos, Ezequiel estaba sentado en el auto, frunciendo el ceño, observando a la mujer en la entrada llorando en la desesperación, una mueca de dolor apareció en su cara.

Aurora no sabía cómo había logrado firmar su nombre en ese papel que representaba la muerte de sus familiares. Caminaba sin rumbo a lo largo de la carretera como si hubiera perdido el alma, pero no podía liberarse del dolor. Sus zapatos se mojaron con el agua fría, devolviéndole un poco de cordura. Miró la superficie tranquila del río y las lágrimas no pudieron evitar caer de nuevo.

—¡Fui yo, cometí un error, los maté!— Gritó desesperada.

Si no hubiera llevado a los periodistas al hotel para atrapar a Ezequiel, no lo habría enfadado, y nada de lo que sucedió después no habría ocurrido.

—¡Fui yo, por un hombre que no me ama, los maté! ¡Me merezco morir!

Se arrodilló, cayendo en la arena, golpeándose las mejillas sin sentir dolor ninguno.

Aurora perdió la noción del tiempo mientras lloraba. El viento secó las lágrimas en su cara, pero el agua fría del río, debido a la marea alta, le llegaba hasta la cintura, congelándola.

Justo cuando intentaba levantarse, sintió un fuerte brazo en su cintura, tirando a ella con fuerza.

—Señorita, no importa lo que ha pasado, no debería renuncia tu vida.

Mecánicamente, giró la cabeza y vio un cara parecida a la de Ezequiel. Parpadeó pesadamente, con la conciencia borrosa.

—Te odio, ¿por qué me hiciste esto? ¡¿Qué hice mal?! ¡Fuiste tú quien mató a mi familia entera!

Ella había confundido a este hombre con Ezequiel y usó todas las partes a su disposición: brazos, puños y piernas, para atacarlo, con la intención de matarlo.

—Señorita, te equivocaste de persona.

Ulises Mendoza, vestido con un uniforme militar, frunció el ceño. Es escaso que tenía tiempo para dejar el ejército y visitar a su familia, y la vio desde lejos intentando quitarse la vida. Como militar, ver a alguien en peligro si no intervenía, se sentiría como cometer un crimen.

—Eres un maldito— Aurora, ya no tenía conciencia clara, abrió la boca y mordió con fuerza el brazo que la rodeaba, torciendo los ceños de Ulises.

—¿Cómo puede ser tan grosera? Nuestro comandante te salvó con bondad. Y no le agradeciste, ¡sino que le mordiste! ¿Tan falta de educación eres?— Un guardia a su lado no pudo soportarlo más y trató de apartarla, pero fue detenido por Ulises. —No la saques, ha sufrido un shock y ya se desmayó.

El joven guardia se sorprendió y, después de mirarla más detenidamente, titubeó antes de hablar, —Comandante, la cara de esta mujer se me hace familiar, creo que la he visto en algún lugar.

Recordándolo un poco más, Ulises miró hacia abajo y, al ver la cara pálida en sus brazos, lo reconoció.

—Recuerdo ahora, la última vez que Ezequiel se casó, usted no pudo venir, yo fui a llevar el regalo. Esta mujer es la esposa de Ezequiel, Aurora Guzmán.

El guardia se dio un golpe en la cabeza al darse cuenta.

—¿Es ella? Aurora Guzmán?

Ulises frunció el ceño. Sabía algo sobre los escándalos románticos de Ezequiel, pero ¿por qué había dicho que había matado a toda su familia?

—Conduce, volvamos a la Mansión Mendoza.

Levantó a la mujer inconsciente en sus brazos y se dirigió rápidamente al auto estacionado en la orilla del río. La verdad detrás de este incidente probablemente solo se aclararía al visitar a los Mendoza y encontrarse con Ezequiel.
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