—Sí, siempre supe dónde estaba Aurora. Hace cinco años la saqué del mar. Ezequiel, la Aurora que conocías ya está muerta, fue ustedes dos, tú y Jazmín, quienes la llevaron a su muerte. La que está aquí ahora es otra persona.
Ulises bajó la cabeza y sonrió, pero en sus ojos había una frialdad y oscuridad inusuales. —¡Una mujer que no mereces tener!
Si no fuera por él, vigilando los movimientos de Jazmín y tomando las precauciones necesarias, Aurora habría muerto en el frío mar hace mucho tiempo.
La escena de hace cinco años fue traída a colación nuevamente, y la mirada de Ezequiel era tan fría y amenazante que los músculos de su mandíbula temblaban levemente, como si estuviera soportando un dolor intenso. Se volvió hacia Aurora, que descansaba a un lado, su voz estaba ligeramente ronca pero llena de autoridad.
—Mientras su ADN no haya cambiado, sigue siendo mi esposa, mi verdadera cuñada. Si mereces o no tenerla, no es algo que tú decidas.
El término “cuñada” golpeó fuertemente a Ulises