A la tarde del segundo día, Sebastián, con una excusa, se acercó a la oficina de su madre.
Rosita sonrió, había tardado más de lo esperado.
Para ingresar a su oficina se debía pasar por la oficina de Loana.
Sebastián se entretuvo hablando con Loana, a quién había saludado con un beso en la mejilla, pero cerca de la comisura de los labios, luego le comunicó que necesitaba hablar con su madre.
-Te anuncio.
-No hace falta.
-Pero Rosita dijo que hasta a vos, te tenía que anunciar.
-¿Eso dijo?
-Sí.
-Ya me va a escuchar.
Sin mirar a Loana, entró a la oficina de su madre, con una actitud bastante infantil.
-¿Cómo es eso de que ella me tiene que anunciar a mí?
-Cálmate, parecés un chico haciendo un berrinche, si le digo que te anuncié, lo tiene que hacer, depende de mí, no de vos.
-Pero soy tu hijo.
-Y estamos trabajando.
-Pero ella no te puede hacer más caso que a mí.
Rosita trató de disimular su sonrisa, eso era lo que realmente le molestaba a Sebastián, que Loana no lo haya tenido como pri