5

Bésame en el pasillo,

pero rápido para decirme adiós.

—Halsey, Ghost.

A L I Y A H

—Señora Ross, despierte—la voz de una mujer hace que abra los ojos asustada, rápidamente me levanto sobresaltada. Ahogo una maldición al amanecer de nuevo en la casa de Keegan Ross, tomo aire con fuerza ajena a lo que sucedía a mi alrededor.

Es ahí cuando me doy cuenta de la escena que se abría frente a mi. Me tapo como puedo aunque de forma precaria con una de las finas sabanas que habían. La miré con ojos desorbitados intentando entender la situación a lo que ella esbozo una sonrisa.

—Soy Tessa, la nana de Keegan. La fiebre te tenía delirando y él no ha dudado en llamarme para que estuviese al tanto. Está preparando todo para vuestra ceremonia así que ha tenido que irse—aclaró ella. Era una señora ya entrada en años, llevaba un hermoso vestido de flores rosas pastel y el pelo recogido de una forma elegante en un moño recto. A pesar de su edad, podría decirse que era bastante atractiva, sus ojos claros, me recordaban a alguien, aunque no podría decirlo con certeza juraría que eran como los de Keegan. Ese ámbar peculiar. Incluso tenían la misma nariz y el mismo tono de piel.

—Un placer, Tessa. Llamame Aliyah, por favor —pronuncié aclarando la voz avergonzada por sentirme tan expuesta ante sus ojos—Muchas gracias por el detalle, pero yo no pertenezco a este lugar. Yo...—añadí optando por levantarme y buscar mi ropa. Fuese como fuese iba a salir de ese sitio. Como he dicho antes no soy una agente especial entrenada para misiones especiales, solo soy una mujer mediocre, en la gran ciudad intentando vivir una vida mediocre. Todo esto de la mafia, mansiones y demás no entraría ni en un millón de años en mis planes. Ya tenía suficientes dolores de cabeza en mi vida como para añadir esto a la lista.

—Aliyah—pronunció la mujer negando—No debes marcharte ahora. Mi niño te necesita. Jessica...—no la dejé terminar. No la pensaba escuchar.

—Tu hijo se ha quedado viudo, esa tal Jessica ha muerto, y yo soy la reposición, simplemente un objeto que usará y luego cuando consiga convertirse en el don me dejará ir...¿O me equivoco?—pregunté sin miramientos, ahora lo veía todo más que claro. Para Keegan Ross todo era un plan, un negocio, una transacción, y para mi...Para mi, no podría descifrar exactamente lo que mi corazón estaba pensando en esos instantes, aún seguía roto y pensando en Carlos.

Ella me mira sorprendida para terminar sonriendo de forma tierna.

—Mi hijo...—hizo una pausa saboreando la frase,—tiene el corazón roto como bien has dicho acaba de perder a su mujer. Es un hombre calculador, no te lo pienso negar —añadió seria—Pero eso no significa que no pueda surgir algo entre vosotros dos.

No pude evitar soltar una carcajada amarga.

—Mire señora Tessa, le voy a explicar las cosas como son, hace menos de un par de noches atrás, yo tenía un novio y casi prometido, este me hizo los cuernos, yo salí del bar donde estábamos sin avisar a nadie, porque ni siquiera me atreví a enfrentarlo...¿Entiende?—hice una pausa, no podía evitar dejar ver la rabia sale disparada por cada poro de mi piel—Entonces, en una calle lejana al lugar, habían unos borrachos, después apareció su hijo, me salvó de a saber qué me hubiesen hecho esos degenerados estando yo borracha e indefensa, subí a su coche, y lo próximo que recuerdo es este pedrusco en mi mano, un certificado de matrimonio con mi nombre, y usted llamándome señora Ross—añadí intentando tranquilizarme. Me había ahorrado la parte de donde mi tío me pedía que me infiltrarse siendo yo una simple agente prácticamente de oficina—Está muy equivocada si piensa que un corazón roto se puede recomponer en tan poco tiempo. Ni él ni yo estamos en condiciones de amar a nadie en estos instantes de nuestra vida. Así que por favor, déjeme march... —la aparición de un numeroso grupo de mujeres hizo que me detuviera. Todas me miraron de forma analizadora. Como si fuese carne nueva y ellas fueran leonas de caza.

—Con que esta es nuestra Aliyah, ¿verdad nana?—preguntó una con una sonrisa mirándome de forma detenida —Mi nombre es Rose Van Volkov Ross, la hermanastra de tu marido y la otra bastarda de la familia. No te sientas intimidada, siempre son así de zorras—sonrío triunfante señalando con el dedo el grupo de mujeres— Digamos que querían quedarse con el bombón de mi hermano y simplemente no pudieron—añadió ofreciéndome un estrechamiento de manos mientras todas sueltan comentarios por lo bajo en contra..

Rose Van Volkov, llamaba la atención en el grupo porque era la más alta y delgada de todas. Su pelo, rubio cenizo y largo, estaba demasiado peinado, como si le hubiese estado pasando el cepillo durante horas. Parecía estar en su esencia, así era ella, siempre elegante, siempre impecable. Incluso en días normales como aquel, en el que no llevaba más que unos sencillos vaqueros, una camiseta lisa y unas zapatillas deportivas sorprendentemente blancas seguía liderando en cuanto a belleza en ese grupo de refinadas jóvenes.

—Por cierto, hermana política, mañana es tu boda—sonrió enamorada de la idea.

¿Podían ir peor las cosas? Estaba prácticamente desnuda ante un grupo de desconocidas que me miraban como si fuese un bicho exótico, y ahora la hermanastra de mi marido, me había notificado de la última noticia, mi propia boda. Mañana mismo.

—Fuera—es lo único que consigo pronunciar. Ni siquiera dejo que empiecen a hablar las otras barbies. Las empujo lejos aún cubierta por una sábana tengo la suficiente fuerza de voluntad como para anteponerse a la situación. Ellas bufaron negando y yo simplemente las ignoré hasta llegar a la puerta, tan solo dejé a Rose y a Tessa.

Al dejarlas fuera, tomé aire y cerré los ojos. Sentía muchísimas ganas de llorar y no entendía porque. Bueno, para ser sinceros, si lo hacía.

K E E G A N

— Señores he convocado esta reunión para notificarles que ya tengo esposa, sois todos invitados a mi ceremonia, se hará mañana en la sala de fiestas de la mansión Ross —mi voz sonó clara y concisa mientras mi mente no podía estar muy lejos de esa sala oscura y llena de hombres trajeados. Las sorpresas en sus caras, miradas desconfiadas y malas palabras por lo bajo me hacían darme cuenta de que pronto ardería troya—Bueno, que tengan una agradable velada—añadí con burla en mi voz recogiendo mi chaqueta de mi silla para marcharme, mis hombres se levantan y pronto los imitan todos los presentes. Asintiendo y sonriendo, aunque fuese de forma fingida en su mayoría, iban dándome la mano para felicitarme uno a uno y yo les devolvía la sonrisa como si en algún momento me tragara su actuación miserable.

Fede, Dylan y Matt me miraron molestos, como si les preocupara la situación, sabían lo que era seguir adelante con este desastre que yo mismo estaba poniendo en marcha. Mi padre, acompañado por Robert, uno de mis tíos.

—Hijo.

—Padre—sonreí sin ganas—Tío—añado con una expresión neutral.

—Nos hemos enterado de las últimas noticias. Te has casado con nada menos ni nada menos que una Rosemonde—la voz de mi padre suena afilada como si le doliese el mero hecho de pronunciar el nombre.

—¿A caso olvidas que a parte de Rosemonde es Ross? ¿O Travis Ross ya no descansa en paz en vuestras memorias?—ni siquiera entendí mi comentario, ¿porqué estaba defendiendo a Aliyah Rosemonde? Tal vez era la culpa hablando intentando aliviar su dolor, no tenía ni idea, pues nunca la había sentido de esa forma tan intensa.

De todos modos sus miradas llenas de sorpresa e ira no tardan en ser suficiente aliento como para hacerme sentir un poco mejor, me encantaba verlos así.

—Pero no es nuestra sangre, tu tío decidió adoptarla de la misma forma que prefirió quedarse con ellas que con nosotros—bramó molesto Robert Ross, como si le ardiera el simplemente hecho de hablar de su hermano Travis. Veo con rabia como mi tío y mi padre asienten serios como si fuese delito amar a su familia incluso antes que sus hermanos. Yo mismo lo habría hecho por Jessica de no haber sido por el estúpido de Alec.

Un hombre apareció detrás de ellos y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. Era alto, delgado y ya entrado en años, a juzgar por las pequeñas motas de color gris que se colaban en su cabellera negra. Llevaba un traje rojo, una botas con tacón alto y hebillas en lo alto de su cabeza había un sombrero vaquero. Siempre había sido un excéntrico. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Diego Ross, el demonio en persona. Era el tipo de persona con la que no te gustaría encontrarte en un cuarto sin luz, estaba enfermo y ya hacía años de cuando abandonó la terapia y la medicación.

—Esto es lo que hay. Aliyah ahora es mi mujer, la mujer del don, lo que la convierte en la doña de la mafia y está bajo mi protección. Así que como se os ocurra volver a rozarle un pelo...—los hombres parecen sorprendidos ante mi afirmación, mi tío Diego me observó con burla.

—¿A caso olvidaste que tu fuiste quien la violó?—señaló. Eso fue lo último que oí antes de golpearle, cayendo los dos al suelo, no paré hasta saciarme, a lo que poco después, Fede, Dylan y Matt aparecen alejándome de su cuerpo a la fuerza.

Prácticamente le había hecho un rostro nuevo, observé admirado mi obra de arte mientras me llevaba una mano a mi labio inferior para darme cuenta de que estaba sangrando. Mi padre y mi tío Robert habían decidido marcharse, simplemente decidieron ignorar mis palabras como siempre, a lo que finalmente, al recomponerse mi tío Diego sonrío triunfante, aún teniendo la boca totalmente roja y algunos dientes en el suelo.

—Eso es, demuestra que eres la bestia que he criado por la putita ni te preocupes, el destino ya se encargará de ponerla en su lugar—afirmó excitado mientras se lo llevaba uno de sus hombres.

No puedo evitar dar un golpe a la pared intentando no derrumbarme ante la atenta mirada de mis amigos.

—Quiero estar solo—hablé entre dientes.

Entonces, solo, en medio de la sala de reuniones no podía evitar pensar en como antes de venir aquí me había encontrado con el cuerpo de Aliyah delirando, seguramente era una pesadilla, lo que más me dolía era escuchar sus quejidos y sollozos de dolor. Por mi culpa, ese era el detalle que le faltaba a ese último hecho. Yo soy un mal producto de las pesadillas de Aliyah, y me ardía tanto reconocerlo, que sentía prácticamente quedarme sin espacio incluso en esa amplia sala.

No dudé en llamar a Tessa, poco después, después de todo, ella sabría cuidarla mejor que yo. Era de las pocas personas en las que confiaba, por algo mi hija estaba bajo sus cuidados.

Debía resignarme a la idea de que Aliyah Mendes Rosemonde no estaba hecha para mi...No, no lo estaba. Y nunca lo estaría, el destino nos había puesto en bandos opuestos, lo llevábamos escrito en la sangre. Era imposible de cambiar. Era una de esas verdades no escritas que se hacían presentes a la fuerza, a palos si hacia falta.

Me llevo una mano al pelo intentando serenarme, acabo tomando aire y rompiendo un vaso de cristal.

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