—¡No me voy! ¡Quiero ver su patética cara cuando esté arruinada! Antes me arrodillé suplicándole por Isabel y ni se inmutó. ¡Hoy haré que se arrodille y me suplique! ¡Si no, la enviaré a prisión!
La puerta se abrió de golpe mientras entraba con una risa fría:
—Arrodillarse es para honrar a los muertos. ¿Acaso mi madrastra ha decidido generosamente morir hoy para acompañar a tu querida hija?
El golpe de la puerta contra la pared los sobresaltó a ambos.
Al verme, el rostro asustado de Carmen se transformó instantáneamente en furia:
—¡María! ¡¿A quién estás maldiciendo?!
—Maldigo a quien me quiera ver arrodillada.
—¡Tú...! —Carmen me señaló, ahogándose de rabia, y se abalanzó para abofetearme.
Atrapé su muñeca y la aparté con fuerza, girándome hacia Mariano:
—Vine a traer un regalo, ¿así me reciben?
Mariano miró a su esposa:
—¡Carmen, ya basta! Escuchemos qué tiene que decir.
Carmen escupió entre dientes y volvió al sofá.
—¿Qué regalo traes? —preguntó Mariano.
Examiné su oficina y me sent