No hare nada que no quieras

Habían estado inmersos en una plática corta pero consistente, no en la sala sino en la alcoba.

Santino no había terminado de desempacar el resto de sus pertenencias y aun se hallaba un montículo de ropa sobre una de las sillas del escueto comedor y el resto en el sofá; la sala lucía como si hubiera pasado un ventarrón. Ya se organizarían, ya habría tiempo de más cosas. No había televisor y ella había desistido de la idea de llevarse el modular sobre su buró, pero hubiera sido demasiado bulto, después de empacarse hasta la más insignificante prenda. El sonido de sus voces aun recriminaba un escaso eco.

Olió un débil aroma de cerezo cuando ella le abrazó por la espalda. Se volvió para mirarle. La luz tenue de la lámpara de mesa se reflejaba en sus ojos jade y los cabellos rosas caían sobre sus hombros, como la tranquila marea

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