CRISTINE FERRERA
—¿Sueles comer aquí? —preguntó Carla emocionada, parecía que, aunque yo no era muy amistosa, ella lo era lo suficiente por las dos.
—Ah… algo, a veces… sí, supongo que sí. —¡Era una maldita farsa! Ni siquiera sabía mentir con fluidez.
—Eres muy graciosa —contestó con una risita dulce y sonreí de medio lado. ¡No era graciosa, estaba colapsando que era diferente!—. ¿Quieres acompañarnos? La verdad es que sería lindo conocer a más gente de aquí. Desde que estoy en la ciudad solo he podido convivir con mis compañeras, pero dentro del hospital, a decir verdad, no he hecho ninguna amiga.
—¡No se diga más! —exclamé tomando la oportunidad—. Yo seré tu amiga.
Mi energía e iniciativa no pasaron desapercibidas para Carla que comenzó a reír aún más y estrechó mi mano como si estuviéramos cerrando un trato.
Cuando llegaron sus compañeras, no dudó en presentarme como su nueva amiga y me dieron un lugar en su mesa. Me sentía como pez fuera del agua. Ellas hablaban de sus pacien