CRISTINE FERRERA
Eliot se levantó al notar mi cambio de actitud, aparentemente preocupado, y me tomó por los brazos como si temiera que me fuera a desmayar en cualquier momento.
—¿Estás bien? Te ves pálida… —dijo asomándose para ver mi rostro.
—Sí, solo estaba un poco mareada —contesté y mi dolor de estómago aumentó.
Torciendo la boca, me tomó en brazos y decidió llevarme a la habitación. Su preocupación solo había aumentado. A cada pasó que dio lo vi fijamente, apreciando su perfil, perdida en sus ojos cargados de determinación y sus labios suaves. Recargué mi cabeza en su hombro y de pronto sentí ganas de llorar. ¿Estaba exagerando o solo era víctima de las hormonas? Eliot no era un hombre de esos. Era imposible que esa chica significara algo para él, debía de tratarse de