Mario aceptó la advertencia de Matute, aunque notó cierto recelo en sus palabras. En los últimos años notaba ese odio interno que consumía a algunos de sus mejores compañeros, y mejores soldados.
Un odio profundo, que se asemejaba a una llama interna, que flameaba y que siempre se avivaba en los momentos más inesperados.
Esa llama de odio consumió a muchos, llevándolos a cometer alguna que otra tontería, como a Derticya, uno de los que falleció en la última batalla contra las Perséfones.
Derticya odiaba a las Perséfones, pero lo que realmente lo consumía era su odio a las mujeres. Las veía como otra raza, como el enemigo. Hablaba cosas terribles de ellas.