CAPÍTULO 4

—¿Qué acabas de decir mamá? —Le pregunta Ares a su madre, quien considera no está bien al querer casarlo con la torpe de Adriana.

—¡Lo que escuchaste! Adriana es la mujer que he escogido para que sea tu esposa.

—¡Esto es ridículo! ¡Ridículo! —Refuta una y otra vez, ofuscado.

—¿Ridículo por qué?… Te dije que te conseguiría una esposa, y lo hice. Adriana pertenece a una de las familias con mayor historia y dinastía de este país.

—Pero si tu misma lo acabas de decir… Ella no es la legítima Hermswort. En caso dado con quien debería casarme sería con la bola de trapos que está a su lado… —Ares señala a Aurora, y esta se asusta de inmediato.

—¡Ella no puede!, es una novicia, y pronto se convertirá en monja. —Interviene de inmediato, Adriana, a pesar del desprecio que acaba de recibir de parte de Ares, insinuando que no lleva el apellido Hermswort.

Ares se acerca a Adriana, observándola fríamente.

—Pues mil veces, prefiero casarme con ella, antes que contigo.

—¿Por qué me menosprecia tanto? —Finalmente estalla, Adriana. Cansada de tantos desprecios. —Yo no le he hecho nada. Simplemente quiero agradarle.

—¿Respóndeme una cosa Adriana?… Mi madre, de seguro, te dijo que estoy enamorado de otra mujer, y que esto es solo un matrimonio por conveniencia. —Adriana asiente, y Ares continúa hablando. —Y si analizamos la situación, tú eres la hijastra de una familia prestigiosa, trabajas en mi empresa, y ganas muy bien. Eres una chica guapa y joven… Entonces, ¿qué te ha ofrecido mi madre para que aceptes casarte conmigo? —Ares no sabía de la bancarrota de los Hermswort, y a veces podía ser despistado, porque no le importaba estar pendiente de la vida de los demás, pero cuando se trataba de su vida, era muy observador, y no dejaba escapar absolutamente nada, o eso creía él.

Que Adriana aceptara ser su esposa, aun sabiendo que estaba enamorado de otra, y no obtener ningún beneficio, le hizo pensar en la actitud de ella, y lo torpe que era cada vez que estaba cerca a él. Como lo miraba, siempre con dulzura a pesar de los regaños y desprecios que él le hacía a diario. Incluso ahora, le preguntaba con dolor, porque la trataba de esa forma, pero no desistía de ese matrimonio.

—¡Nada!, me casaré con usted porque así lo quiero. Es mi mayor deseo. —Responde Adriana, con los ojos aguados por finalmente expresar sus afectos, y Aurora no puede evitar sentir pena, al verla tan frágil, mientras Ares, sigue mirándola con frialdad, como si no le importaran sus sentimientos.

—Estás interesada en mí… ¡Ja!, ¡pero qué tonta! —Le da la espalda, y se centra en su madre. Mientras Adriana se ve triste y devastada. —Con mayor razón mamá, ella no debería ser mi esposa. ¡En este trato, los sentimientos no se deben mezclar!

—¡Ella sabrá controlarse, confío en que así sea! —Dice Jazmine, quien no está dispuesta a retractarse.

—¡Pues no!, ¡me opongo rotundamente!

Jazmine, mantiene como siempre una postura inquebrantable, pero la realidad es que su hijo ya comienza a irritarla. Observa su reloj.

—La junta ya va a empezar. —Camina en dirección a su hijo, y cuando está a su lado, le dice una última cosa, antes de salir. —Me importa muy poco que estés de acuerdo o no. Te casarás con Adriana, por qué la única decisión de valor, es la que yo, ya tomé.

Sale Jazmine de la oficina, dejando a Ares muy enojado, y furioso. Sabe que debe asistir a la junta, pero antes debe ajustar cuentas con Adriana. Se gira hacia ella, y asustadas las dos mujeres por lo que tenga que decir Ares, esperan petrificadas.

—Adriana… —Escuchar que Ares dice su nombre de forma tan tranquila, la pone aún más nerviosa. —Que sepas que yo no tengo nada en contra tuyo. Pero no sería Justo que te cases conmigo, sabiendo que amo a otra persona, y más si tienes sentimientos hacia mí. ¡No actúes como una tonta enamorada! ¡Ya madura! Ni yo soy un príncipe azul, ni tú una princesa que va a cumplir la fantasía del cuento de hadas. Si me obligan a casarme contigo, solo harán que te desprecie.

—No tiene por qué ser así. Si usted me da la oportunidad, yo sé que se puede enamorar de mí. ¡Yo lo sé! —Adriana agarra a Ares de la manga de su saco, y este se suelta de forma un poco brusca.

—Ese es el punto. La esposa que yo necesito, debe estar dispuesta a no esperar nada de mí, por qué planeo seguir con Vanesa. La mujer que amo. ¿Tú estarías dispuesta a aceptar eso?

—¡Jamás! —Responde Adriana sin vacilar.

—Entonces no me sirves como esposa.

Ares sale de la oficina, dejando a Adriana devastada, llorando a mares.

Aurora, intenta consolarla, pero todo parece inútil.

—¿Aún planeas casarte, después de lo que te ha dicho? —Le pregunta Aurora a su hermana, que no deja de gimotear.

—¡No lo sé! —Finalmente responde Adriana… —¡Yo lo amo!, es el hombre de mis sueños.

—Hermana, mira cómo te trata. Él no te quiere y te lo está dejando claro. No puedes decir que amas a alguien, que jamás te ha dado una sola esperanza. Esto no es amor… es un capricho. No puedo entender cómo puedes dejarte tratar así. —Le expresa Aurora que no entendía que era realmente lo que sentía su hermana, por aquel hombre.

—¡No me regañes!… Más bien… acompáñame a mi oficina, no quiero que nadie me vea llorando. —Esta vez le dice Adriana, limpiando sus lágrimas, y controlándose.

En su oficina, Adriana no deja de caminar de un lado a otro, intentando pensar en que decisión tomará.

Ella quería casarse con Ares, pero no estaba dispuesta a verlo con otra. ¿Qué haría?…

¡Si tan solo alguien lo hiciera entrar en razón!

No sabía que camino tomar o que hacer.

Se fija en Aurora, que está sentada en la silla, con un rosario en la mano, y los ojos cerrados.

—¿Qué haces? —Le pregunta, y Aurora tarda un momento en contestar.

—Orar por ti. Solo Dios puede ayudarte en este momento.

—Eso es… —Le brillan los ojos a Adriana, al escuchar las palabras de su hermana. Si su madre no podía con Ares, obligándolo, tal vez si persuadiéndolo. Y quien más que Aurora que era una novicia. Ella siempre inspiraba paz y tranquilidad, y solía calmar a las personas con su dulce voz. —Tal vez, si tú hablas con él, y le explicas lo malo que es desde tu perspectiva religiosa, todo lo que dice y hace, podrías convencerlo…

—¿Qué?, ¡no!… ¡Claro que no!… ¡Ese hombre jamás me escucharía! Y tampoco pienso usar a Dios como excusa para convencer a alguien de que se case con quien no quiere.

—Por favor hermanita… ¡No seas mala! ¡Hazlo por mí!

—Adriana, no sé si no lo notaste. Pero Ares Walton, prácticamente me ignoró, y los pocos segundos que notó mi existencia, me llamo “bola de trapo”

—Eso es por qué estaba muy ofuscado. Pero estoy segura de que si hablas con él, podrás convencerlo de que se case conmigo, y de que no me sea infiel con la tal Vanesa. —Solo decir el nombre de la mujer que se había robado el corazón de Ares, le causaban náuseas.

—No... Lo siento hermana, pero no me quiero involucrar. —Le dice Aurora, a quien realmente le parecía una locura la petición de su hermana. Además, no quería tener que lidiar nuevamente con la mezcla de sensaciones que sentía su cuerpo al ver a ese hombre.

—No lo puedo creer. Ni siquiera tú, mi propia hermana, quiere ayudarme. —Empieza a llorar nuevamente Adriana, buscando la manera de manipular a Aurora. Pues aunque quizás no serviría de mucho lo que ella pudiera hacer, el peor intento era el que no se hacía. Y Adriana estaba tan desesperada, que cualquier idea que viniera a su cabeza en este momento le parecía sensata. Y si Aurora por lo menos podía aplacar la ira de Ares, con sus palabras, o sirviendo de comodín para que él se desquitara con ella, era algo que Adriana agradecería eternamente.

—¡Está bien!, pero por favor ya no llores. Hablaré con él, pero no te prometo nada. No intentaré convencerlo de nada. Solo intentaré apaciguar la situación como mediadora.

De inmediato, Adriana se limpia las lágrimas, y abraza a su hermana, y de la nada se aparta y la empuja hacia fuera.

—Ahora ve… tienes que esperarlo en su oficina, antes de que la junta termine. De lo contrario no te recibirá.

—¿Qué? —Aurora intenta refutar, pero su hermana no deja de empujarla hacia la oficina de Ares, que está muy cerca a la de ella.

—Bien, su secretaria no está. Debe estar con él en la junta. Entra y espéralo, y no dudes en hablarle bien de mí.

—No… si entro a su oficina sin su permiso, seguramente se enojará, Adriana.

—No seas cobarde Aurora. —Adriana hace que entre prácticamente a empujones, y sale rápidamente dejando allí a la ingenua Aurora.

La joven novicia tarda un poco en entender la situación, pero reacciona, y sabe que no debería estar allí. Es arbitrario.

Se dirige rápidamente a la puerta, pero apenas la abre, se topa de frente con un ancho torso, vestido de traje, que la hace mirar hacia arriba, y ver el rostro sombrío de Ares, que se había salido de la junta, después de un enfrentamiento con su madre, al haberlo retado frente a todos, inclusive frente a Daniel, su hermanastro.

—¿Qué carajos crees qué haces aquí?, ¿acaso buscas algo?

—¡No, por supuesto que no!, es más, ya me iba, lamento la intromisión, señor… —Intenta irse Aurora, pero Ares la toma por el brazo y la arrastra hacia adentro, mientras cierra con seguro la puerta.

—¿Pero qué cree que está haciendo? —Le pregunta con voz débil la joven Aurora.

—Matando mi curiosidad. ¿Quiero saber por qué te atreviste a entrar aquí, bola de trapo?

—M-mi nombre es Aurora. —Le afirma con voz temblorosa, muy temerosa de las intenciones de Ares.

—Pues para mí no eres más que una bola de trapo, y por lo visto con muchas mañas. Entrando a espacios ajenos sin permiso. —Ares mientras habla se agacha para intimidar a Aurora, pero, en cambio, el que se intimida es él, al ver fijamente esos ojos de color azul, que lo hacen sentir frágil, algo parecido a lo que le pasa Aurora, y es algo que no le agrada, así que de inmediato se aparta de esa mujer a la que ni siquiera le había visto el rostro.

—Entonces… ¿Me vas a decir qué hacías como una polizona en mi oficina?

—Solamente quería esperarlo para hablar…

—¿Hablar?, ¿y sobre qué podríamos hablar tú y yo? —Se pone Ares tras su escritorio, y la mira con una ceja levantada. Aurora realmente estaba nerviosa, y por momentos sentía que las palabras jamás saldrían de su boca. Pedía a Dios que le diera el don de la oratoria.

—Sobre mi hermana. No es justo que, por una decisión de su madre, la trate tan mal.

—¡Vaya!, pero quien diría que la monjita salió entrometida… —Se burla Ares de ella, mientras se sienta en su silla.

—Discúlpeme si lo corrijo, señor. Pero no soy monja. Soy novicia.

—¿Y cuál es la diferencia?

—Que llevo un hábito, pero aún no he profesado.

—Explícate —Por alguna razón se interesa Ares.

—El noviciado es el periodo de preparación para saber si es o no mi vocación servir a Dios.

—Ósea, que es algo como un periodo de prueba, eso quiere decir ¿qué sigues siendo una mujer normal, que puede casarse y tener hijos?

—Si renuncio a tomar los votos para convertirme en monja. Si…

—¿Y que te cubras de pies a cabeza hace parte de tu preparación?

—¡Así es, señor!

—¿Por qué siempre me llamas, señor?

—Por respeto. Es lo que se me exige en mi congregación, respetar y obedecer son los principios básicos para vivir en un claustro. —Le explica Aurora, que no entiende en que momento la conversación se volteó sobre su vida.

—Respetar y… obedecer —Repite en voz baja Ares, mientras a su mente viene un plan brillante. Debía casarse si o si, si no quería perder todo, y Jazmine había decidido que emparentaran con los Hermswort, por eso había escogido a Adriana, de quien él no estaba seguro, porque podría traerle muchos problemas con Vanesa, al estar enamorado de él, pero, ¿y si en vez de casarse con Adriana, se casaba con Aurora? Esta chica era justo el títere que él necesita para complacer a su madre, seguir con Vanesa, y obtener su herencia.

Aurora, viendo que Ares guarda silencio, considera que no quiere seguir molestándolo, pues ya es lo bastante incómoda la situación como para seguir allí.

—Señor, yo solo vine a pedirle que por favor sea más amable con mi hermana. Ella es una buena chica, y la única razón por la que aceptó ser su esposa, es por los sentimientos que alberga hacia usted.

Ares se levanta de su silla, y se acerca lentamente a Aurora. La chica empieza a retroceder, y entonces él sigue caminando hasta que la tiene acorralada contra la puerta con una mirada de halcón.

«Parece que he encontrado la solución a mis problemas, y es esta chica. Solo tendré que explicarle la situación y mi plan a Vanesa.» A quien no había querido molestar, contándole todo lo sucedido con su madre, sin antes tener una solución.

—Es cierto, tu hermana, tiene sentimientos hacia mí, y es precisamente eso lo que me hace rechazarla. ¿O es qué acaso no quieres a tu hermana?—Muy intimidada Aurora mira al piso.

—¡Claro que la quiero!

—Entonces, ¿por qué obligarla a casarse conmigo, cuando sabes que la haré infeliz?

Aurora, de inmediato, piensa las palabras de Ares y sabe que tiene razón.

—En cambio, tú…

—¿Eh?… —Exclama, curiosa, y levanta un poco la cabeza, sin mirarlo a los ojos, expectante a lo que tiene que decir.

—Tú, eres obediente, respetuosa, eres la legítima heredera Hermswort, aún puedes casarte según me explicaste por qué apenas eres novicia, y lo más importante, no tienes sentimientos hacia mí…

—No entiendo, señor…

Aurora, intenta sacarle el seguro a la puerta para salir, pero apenas puede abrir la puerta, Ares la cierra de un manotazo.

—S-señor… M-me asusta…

—No tienes por qué… simplemente estoy esperando una respuesta… —Le

Dice Ares muy confiado, pues estaba seguro de que ella había entendido sus palabras.

—¿A qué se refiere?

—¡Offf!, parece que eres más tonta que tu hermana. —Ares toma una gran bocanada de aire, porque jamás pensó que le diría las siguientes palabras a otra chica que no fuera Vanesa. —Aurora… —Escuchar por primera vez su nombre en la boca de Ares hacía que todo el cuerpo de la chica se tambaleara.

—¿Sí?

—¡Cásate conmigo!

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