«Mi alma se está rompiendo en mil pedazos, su nombre sigue marcado en mi piel como un tatuaje que no puedo borrar. Gracias a él, ahora sé que solo el amor puedo doler así.»
La cafetería estaba envuelta en un silencio denso, interrumpido solo por el suave repiqueteo de la lluvia sobre los cristales. Afuera, Londres se perdía en una neblina gris que parecía engullir todo a su paso, pero dentro, Giselle y Hannah se encontraban atrapadas en una burbuja de palabras no dichas. Las dos se habían conocido de toda la vida, aunque ahora, por alguna razón, algo se había distorsionado en el aire. La noticia que Hannah acababa de compartir rompió esa quietud, y el impacto de sus palabras cayó con la fuerza de un rayo.
—Giselle... James está esperando un hijo con Priscilla.
Esas palabras, tan simples y directas, golpearon a Giselle como una ola inesperada. Su cuerpo se quedó rígido, como si el tiempo hubiera decidido detenerse. La taza de café en sus manos tembló levemente, pero ella la apretó con